Fin de una época
Mubarak ha sido empujado fuera del poder por una fuerza popular, directa y espontánea
Actualizado: GuardarEs adecuado describir el fin del régimen político en Egipto como un cambio de envergadura histórica para su pueblo y, lo que es más, como un ejemplo imitable, una crisis cuyo contagioso y benéfico efecto se dejará sentir en todo el mundo árabe. El presidente Mubarak, tras 30 años de un poder de hecho absoluto, aunque moderado aquí y allá por circunstancias o consideraciones tácticas, ha sido literalmente empujado fuera del poder por una fuerza genuinamente popular, directa, espontánea y vigorosa. Lo sucedido está teniendo un eco impresionante porque el gran país es el viejo faro del mundo árabe, una referencia que fue incuestionable hasta hace poco tiempo aunque la mediocre calidad de su régimen político y la falta de éxito económico y social habían deteriorado mucho su imagen. Con todo, era difícil prever que un impulso social desde la base, movido sin duda por el ejemplo tunecino, terminaría por abatir al régimen en un tiempo tan corto. Es, literalmente, el fin de una época. Al presidente Mubarak se le reprochará siempre su visión de un país menor de edad que no podría prescindir de su benévola dirección. Militar distinguido y hombre con ciertos atributos, el 'rais', cortejado por las grandes potencias, que le percibían como una muralla contra el extremismo, se identificó a sí mismo con la nación. Ejerció su autoridad con una solemnidad casi faraónica, distante, un punto sacralizada y blindada por una Constitución a su medida y los plenos poderes que le daba un estado de excepción prescindible desde hace muchos años. La ceguera del régimen era manifiesta desde hace tiempo y llegó a extremos inquietantes con su incomprensión del relevo generacional y la creciente aspiración general de más justicia social, más seguridad jurídica y más libertad. Mubarak ha terminado mal, muy mal, tres décadas de reinado absoluto y podría haberlo concluido bien: el programa que ofreció la semana pasada, ya acorralado, habría bastado hace pocos años y la transición a un sistema democrático habría sido fácil y rápida. Su empeño en permanecer y en prevalecer le han llevado a un final afrentoso que se ganó a pulso por su falta de visión y, a fin de cuentas, por su incompetencia.