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El emperador bufón

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El paro aprieta a los más necesitados en este frío invierno, mientras la economía nacional no repunta a pesar de los fuertes recortes sociales que se ve obligado a hacer el Gobierno que más ha hecho por el Estado de Bienestar. La oposición, que tanto se ha esforzado por evitar cualquier consenso que frene la desconfianza de los mercados, se ve aupada en las encuestas a pesar de que su gestión es peor valorada que la del Gobierno.

Con este panorama, parece frívolo ocuparse de una situación como la italiana ¿Qué se juega allí? Está en cuestión la democracia como sistema moral de gobierno, la legitimidad del equilibrio de poderes y las elecciones como método de elección de unos representantes sujetos al mismo código de valores que se enseña en las escuelas.

El problema es el desprestigio de la política y la degradación de la conciencia social, aquella que según Durkheim nos eleva moralmente de nuestro individualismo egoísta. ¿Qué otra cosa puede explicar la fidelidad de voto de un treinta por ciento de italianos, ciegos, sordos y mudos frente a los excesos del sátrapa bufón?

No basta con apelar a la indiferencia que les llevó a ponerse en manos del Duce hace dos generaciones. Hay cierto recochineo en el hedor de la corrupción, la excitación de los instintos de la codicia y la lujuria y la abdicación ante la realidad cutre de papel couché que impúdicamente impone a través de la propiedad y control de los medios de comunicación. La última algarada del rijoso gobernante, llamando a una de las pocas televisiones no controladas para insultar al presentador y al público, es digna de las felonías más ridículas de un dictadorzuelo.

Y siendo grave, lo es menos que la ley que prepara para librarse una vez más de la justicia, aniquilando el equilibro de poderes que legitima la democracia. Una ley mordaza para que los jueces no se atrevan a encausar a los poderosos. Mientras el país se desangra por la crisis económica, las conversaciones giran en torno a los escabrosos detalles de la nueva corte de Saló, donde velinas y meretrices adornan el circo donde la canalla se encandila con el sadismo y los excesos de su emperador, endiosado tras el estrangulamiento de la República.

Italia es una vez más el banco de ensayo para una democracia desnaturalizada, donde los políticos emulan con éxito la cultura mafiosa recibiendo como premio la confianza de cínicos, descreídos, beneficiados, envidiosos o alienados por el espectáculo televisivo.

Si la inmoralidad, la corrupción y el nepotismo de los gobernantes no paga electoralmente nos hemos equivocado y no tendremos respuesta para las paradojas que nos planteen nuestros escolares o hijos. Algunos de los síntomas ya están aquí, como el premio electoral a alcaldes o presidentes condenados o corruptos. Después de eso, todo va rodado y ya no hay quien lo pare.