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Las niñas no quieren ser princesas

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Cantaba Joaquín Sabina que las niñas ya no quieren ser princesas. Y tiene toda la razón, excepción hecha del gran auge que ha tomado últimamente el ser princesa de San Blas, o del barrio correspondiente, ocupación, económicamente muy bien cotizada, en la que figura como súmmum del mérito el llevar a gala no haber leído jamás un libro. Dejando de lado esas deprimentes tendencias, favorecidas en exceso por los medios de comunicación, diversos estudios nos demuestran que, entre los 6 y 12 años, las jovencitas sueñan con ser biólogas, médicos, científicas o bomberas, mientras que los chavales, de la misma edad, se decantan por alcanzar el éxito a través de darle al balón. Los sueños de la mayoría de estos últimos se van matizando con el tiempo, pero aquellas, con un espíritu por lo general más práctico, se esfuerzan en seguir la ruta trazada. La prueba está en que la feminización entre el estudiantado de educación superior es un hecho incuestionable. Las mujeres son mayoría entre los graduados en todos los ámbitos de estudio, si exceptuamos las ramas de las matemáticas e informática y de las enseñanzas técnicas de ingeniería y arquitectura. El problema para alcanzar sus sueños viene después, cuando se encuentran con la realidad del mercado laboral. Si España ostenta el triste record de ser el país de la Unión Europea con mayor índice de paro juvenil, algo que el Presidente de la Comisión ha calificado de escandaloso, la situación no pinta mucho mejor para aquellos jóvenes que han seguido una carrera universitaria. La tasa de paro, entre los universitarios españoles, se ha duplicado en los últimos años, situándose muy por encima de la de los países de nuestro entorno, y además se observa una marcada sobrecualificación para los puestos laborales en los que, finalmente, son contratados muchos de ellos. De hecho, en nuestro país, la proporción de trabajadores con puestos de alta cualificación es seis puntos inferior al que se observa en el conjunto de la Europa de los 27, lo que viene a darnos una idea de las diferencias tan marcadas entre nuestra estructura productiva y la del resto de la Unión. Ya veremos que se hace para evitar que las niñas vuelvan a soñar con ser princesas.