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Cheney defiende a Mubarak como «un buen hombre»
El exvicepresidente de George W. Bush insiste en que el mandatario egipcio es un «buen amigo y aliado de EE UU» Actividades comerciales e iniciativas educativas se trasladan a la plaza Tahrir en una mezcla de intifada y revolución
NUEVA YORK. EL CAIRO. Actualizado: GuardarSon muchos los que en las últimas dos semanas han encontrado dolorosamente el camino para abandonar a Hosni Mubarak después de tres décadas de sólida amistad, pero ninguno ha resultado tan efusivo como el exvicepresidente Dick Cheney. «Es un buen hombre, un buen amigo y aliado de EEUU, tenemos que recordar eso», insistió el domingo desde California, donde participó en el centenario de Ronald Reagan.
Para el oscuro vicepresidente de George W. Bush, que intimó con Mubarak durante la invasión del Golfo de 1991, cuando él era secretario de Defensa de Bush padre, el Gobierno de Barack Obama está haciendo bien al conducir las negociaciones en privado. «Hay buenas razones por las que la diplomacia es secreta», recordó. «Las conversaciones sobre este tema deben ser confidenciales, Mubarak tiene que ser tratado como se merece después de tantos años, porque ha sido un buen amigo», insistió.
Dick Cheney dice entender muy bien la delicada situación en la que se encuentran distintos líderes del mundo «que no pueden seguir visiblemente el consejo de EE UU porque se verían en un compromiso con su país», motivo por el que prioriza las conversaciones entre bambalinas. Luego, con una de esas sonrisas inquietantes que le caracterizan, parafraseó a Obama, con el que por una vez parece estar de acuerdo. «Al final el futuro de Egipto lo decidirán los egipcios», afirmó.
El estilo de actuar en la sombra puede encajar bien con el que fuese segundo de George W. Bush, pero resulta incomprensible para la mujer que aspiraba a sucederle junto a John McCain. Sarah Palin se pronunció sobre Egipto ese mismo día en una entrevista con la cadena de radio Christian Broadcasting Network, pero en términos muy distintos a los de Cheney y con duras críticas al Gobierno de Obama.
«La crisis de Egipto era la llamada de las 3.00 horas (que reflejó un anuncio de Hillary Clinton en la campaña electoral). ¿Y qué es lo que pasó? Que la llamada fue directamente al contestador», protestó la exgobernadora de Alaska. La mujer que probablemente intente ser la próxima presidenta de EE UU demandó que Obama abandone las conversaciones secretas y cuente cuál es el trasfondo de las conversaciones. «Nadie (en la Casa Blanca) le ha explicado todavía al público estadounidense qué es lo que saben, y seguramente saben más que el resto de nosotros de lo que le va a ocurrir a Mubarak», protestó. «Necesitamos fortaleza y sentido común en la Casa Blanca. Necesitamos saber qué es lo que defiende EE UU para saber dónde estamos nosotros y todavía no tenemos esa información».
El portavoz de la Casa Blanca Robert Gibbs no le dio ese placer. Gibbs se ajustó ayer al guión que marcase su jefe en la comparecencia del viernes, advirtiendo que el Gobierno que salga de las conversaciones que llevan a cabo la oposición y el Ejecutivo de Mubarak tiene que incluir «a un amplio abanico de la sociedad» y traer consigo reformas significativas. «Seremos socios de un gobierno que haga exactamente lo que he descrito y esperamos que nuestros socios respeten los tratados de seguridad», advirtió. Por ahora, según Gibbs, Obama es «optimista» con el comienzo de este proceso de transición.
A sueldo de Egipto
El enviado especial de Barack Obama en la crisis en Egipto, Frank Wisner, trabaja para un bufete de abogados de Nueva York y Washington que asesora al presidente egipcio, Hosni Mubarak, asegura el periodista Robert Fisk en un artículo publicado ayer en el diario británico 'The Independent'. Wisner pertenece a la firma experta en litigios Patton Boggs, que abiertamente reconoce que presta sus servicios al «Ejército y a la Agencia de Desarrollo Económico egipcios, y ha gestionado arbitrajes y litigios en nombre del Gobierno (de Mubarak)».
La noticia se conoce después de que Wisner, exembajador de EE UU en Egipto, defendiera la permanencia de Mubarak en el cargo. Ante las críticas suscitadas por estas palabras, tanto Wisner como el Departamento de Estado se apresuraron a aclarar que las pronunció a título personal.
El buen humor de los egipcios es capaz de convertir la revolución en una fiesta. Después de dos semanas de manifestaciones, la plaza Tahrir parece, cada vez más, un 'mulid', uno de los festivales en los que la peregrinación se mezcla con lo carnavalesco. La protesta continúa, y los manifestantes aseguran que no se marcharán hasta derrocar a Mubarak, pero el epicentro de la revolución se ha convertido en una pequeña ciudad donde las familias salen a pasear con los niños y a comer pipas mientras corean cánticos revolucionarios.
Varias calesas de caballos aguardan junto a los enormes leones de bronce del puente de Qaser al Nil, en una de las entradas de la plaza Tahrir, la salida de posibles clientes. El paseo cuesta 10 libras (1,2 euros), informa Nasser Abu Karim, un cochero al que las protestas han paralizado su negocio. «Ahora vengo a Tahrir porque es donde está el ambiente», asegura.
En el centro de la plaza, Hisham Hassan ha montado una pequeña guardería donde los niños dibujan qué significa para ellos la revolución. «Queremos hacer una exposición», explica este maestro. No muy lejos, un grupo de jóvenes se ofrece para dar clases «de lo que se necesite» a niños y mayores. «No hemos tenido muchos alumnos, pero sí se han acercado personas que querían aprender palabras en inglés, e incluso un hombre analfabeto que quería aprender a leer», asegura Mohamed Rizkallah, profesor de matemáticas y física.
«Esto no es una feria»
Ahmed ha traído su carrito de palomitas a Tahrir ya que en la Cornish, el bulevar junto al Nilo, nadie se pasea estos días porque está lleno de tanques. Sayed, con un sombrero de copa con los colores de la bandera egipcia, ha sabido aprovechar la ocasión y vende té a los revolucionarios por una libra. Islam pinta gratis banderas de Egipto en la cara de los pequeños revolucionarios «por diversión y por amor a mi país», señala. «Esto no es una feria», aclara, tras un puesto de pipas, Omar, «es una intifada, pero hay que ganarse la vida y dar de comer a los manifestantes». Por delante del puesto de Omar pasa una enorme masa de la que solo asoman brazos con móviles y cámaras. Dentro va el actor egipcio Ahmed Helmy, una auténtica celebridad en el país, que lleva varios días apoyando las protestas en Tahrir.
«La revolución continúa, pero con otro espíritu. La población, por fin, está viva; huele y siente la libertad», asegura Ziad Ebeid, analista político reconvertido a hombre-anuncio en Tahrir. Pegados con cinta adhesiva en su impoluto traje, muestra carteles con los males que amenazan a Egipto: pésima sanidad, falta de democracia, matonería.
Pero el ambiente casi carnavalesco de Tahrir no convence a todo el mundo. El escritor izquierdista Mohamed Zanaty, que se está inspirando en la revolución para escribir poemas que cuelga en Facebook, reconoce que «es cierto que los egipcios somos así, festivos». Pero no hay que olvidar, añade, «que ha habido muchos muertos, y que aún no hemos conseguido que Mubarak se vaya. La revolución es una cosa seria».