El presidente del Gobierno, rodeado de los secretarios generales de las centrales sindicales. :: AP
Economia

DULCE, ENVUELTO DE AMARGURA

Basta mirar las ridículas cifras que compuntan los empleos creados para darse cuenta de que lo acordado es inservible para reducir el paro

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El mal dato del paro amargó el dulce del acuerdo. El presidente Zapatero acusó el golpe y a la vicepresidenta Salgado se le ocurrió la última tontería: «El dato del paro es malo, pero crearemos empleo en la segunda mitad del año». No es solo que llevan toda la legislatura hablando de reducción, mientras el paro no deja de subir; es que luego concretó la bondad del presagio entre los 50.000 y los 100.000 empleos. Hagan una simple división y comprobarán que, con cuarenta años más como éste de buenos, arreglamos el problema. Eso, utilizando el límite optimista y siempre que la población no crezca. Pero, tranquilos, no crecerá porque no habrá ganas.

Pero, sin duda alguna, ayer fue el día del gran acuerdo. A algunos se les ha ocurrido compararlo con los Pactos de la Moncloa y hablan sin pudor de 'Pacto de Estado', cuando lo cierto es que a los primeros no les llega ni a la rodilla y, para lo segundo, no está cualificado. El acuerdo alcanzado mejora sustancialmente la situación anterior en pensiones; aclara un poco el panorama en las relaciones laborales y solo enuncia buenos deseos en materia energética e industrial. ¿Escaso? Sin duda. ¿El mejor de los posibles? Probable. ¡Qué se la va a hacer! La política es el arte de lo posible, y lo posible no siempre incluye a lo deseable.

Las pensiones se arreglan para un cierto periodo de tiempo. Habrá que volver sobre ellas, pero el Gobierno ha dejado plantado el hito de los 67 años, por más que esté plagado de excepciones. Con total seguridad, cuando llegue la próxima reforma no se tocará el hito del límite de edad, pero sí se reducirá el abultado número de las excepciones. Al tiempo. En materia laboral se ha avanzado muy poco. Basta mirar las ridículas cifras que computan los empleos creados por la economía española, para darse cuenta de que lo acordado es inservible para reducir el paro. Parece como si la medicina conveniente fuera demasiado amarga para los sindicatos y por eso se niegan; ellos a tomarla, y el Gobierno, a imponérsela.

En este asunto me gustan dos ideas y, para que vean lo equidistante y prudente que soy, una pertenece al Gobierno y la otra a la oposición. La primera es la de exonerar de la cotización a la Seguridad Social a las contrataciones de jóvenes parados. Eso está muy bien. Lo ideal es que la gente trabaje, cotice religiosamente al sistema y cuente con un sueldo excelente. Pero, mientras eso no sea posible, es mucho mejor que trabaje contra un sueldo regular y, aún, sin cotizar. Se dignifica personalmente, se enriquece profesionalmente y no le cuesta nada al sistema. ¿Por qué no se generaliza la fórmula a todos los parados? ¿No es bueno para todos?

La segunda la tuvo Rajoy. En una entrevista televisada vino a decir -la cita no es textual-, que se iba a preocupar más de los emprendedores que de los parados. Aunque suene mal, está bien. No todo el mundo entiende la relación, pero es inexorable: cuantos más emprendedores, menos parados. Zapatero, por el contrario, siempre ha dicho que su primera preocupación eran los parados. Queda bien, pero se equivoca.Si de verdad desea ayudar a los parados, que se dedique primeroa ayudar a los emprendedoresy, así, habrá menos parados. Simple, ¿no?