Un hombre carga con marcos de ventanas tras el asalto a la cárcel de Abu Zaabal, de donde escaparon centenares de reclusos. :: AFP
MUNDO

«No queremos ser una generación perdida»

Miles de jóvenes permanecen día y noche en las calles de El Cairo unidos por el deseo de libertad

EL CAIRO. Actualizado: Guardar
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Vestida de negro de arriba abajo, 'niqab' que le cubre la cara, guantes incluidos, Iman Ahmed acelera el paso camino de la plaza Tahrir. De repente se para en seco, rebusca en su bolso y saca un móvil de último modelo para hacer una fotografía a los tanques y a los soldados que protegen el Museo Egipcio. «Venimos a apoyar la manifestación. El pueblo egipcio, unido, hemos conseguido por fin gritar que estamos hartos, que necesitamos libertad», dice mientras se coge del brazo de su amiga y se mezcla con el gentío.

Ayman Mansur, de 22 años, no ha pasado por casa desde el jueves. Ha dormido en los parterres de césped -hoy destrozados- que adornan la explanada frente a la Mugamma, símbolo de la laberíntica burocracia egipcia que domina la plaza Tahrir. «Llevo cuatro días aquí y no pienso moverme hasta que se nos escuche», asegura el joven, que hace una mueca de desagrado cuando escucha los nombre de Suleiman y Shafiq, los nuevos vicepresidente y primer ministro, respectivamente. «Mubarak no ha entendido que el Gobierno no nos importa. Lo que queremos es que se vaya él», afirma.

Mathat y Shady, en la treintena, son gemelos. Visten ropa sport de marca y miran con orgullo la manifestación que se ha organizado bajo el hotel Cleopatra. «Aquí estamos musulmanes y cristianos, gente de todos los barrios de El Cairo y de todas las clases sociales», constata Mathat, que es cardiólogo. Pese a su posición privilegiada, el joven doctor lo tiene claro: «No queremos convertirnos en una generación perdida, por eso somos los jóvenes los que hemos iniciado la revolución».

Varios plátanos vuelan por encima de la protesta. Alguien los está repartiendo entre los manifestantes. Otro hombre con gorro islámico pasa con una caja recogiendo las pieles de la fruta. Al rato aparece otro vecino con una bolsa de bollos y otro con una caja de botellas de agua. Ante la pregunta de si es alguna organización de caridad la que está repartiendo víveres para que los manifestantes no desfallezcan, Hami Fuad casi se ofende. «De ninguna manera. Aquí todos compartimos lo que tenemos. Uno trae fruta, otro pan. Tenemos que ayudarnos».

Fuad, de 27 años, es camarero en el lujoso hotel Sofitel. Asegura que al mes gana 900 libras egipcias, unos 115 euros. Recientemente ha conseguido comparte un piso con amigos por el que pagan 150 euros. Las cuentas no le salen. «El dinero no me da, así que tengo que hacer otros trabajillos», asegura el joven, labores que prefiere no especificar.

Hami Fuad no es el único que tiene que hacer malabares para llegar a fin de mes. La pobreza y el desempleo han sido el detonante de las protestas y muchos de los jóvenes que abarrotan la plaza Tahrir están en paro. Un corrillo de gente se forma de repente y todo el mundo corre a saludar a una cara muy conocida en Egipto. Es el imán Safwat Hijazi, telepredicador y una figura controvertida tanto en el país como en el extranjero. En Reino Unido tiene prohibida la entrada por supuestamente «promover el odio y glorificar la violencia terrorista». Muchos le besan las manos y lo suben a hombros. Hijazi llega a encaramarse a uno de los tanques, y un soldado levanta el brazo del predicador en señal de victoria.

«No me iré de la plaza hasta que se vaya el tirano», consigue decir Hijazi entre los vítores de la gente, y asegura que «nuestra revolución es pacífica». Que nadie se confunda con los Hermanos Musulmanes, advierte Ahmed, un joven emocionado por conocer al líder en persona.