Mubarak tumba al Gobierno para acallar las protestas
La movilización popular en favor del cambio de régimen en Egipto desborda a las fuezas de seguridad
EL CAIRO. Actualizado: GuardarEl presidente de Egipto, Hosni Mubarak aseguró ayer en la primera intervención desde que comenzaron las manifestaciones en el país que él siempre ha estado «muy cerca de las peticiones de la gente» y que respeta lo que «las manifestaciones estaban pidiendo». Por eso, Mubarak no va a dimitir y lo que ha decidido es cesar a todo su Ejecutivo y nombrar a un nuevo Gobierno mañana mismo. El máximo dirigente egipcio terminaba así con todas las especulaciones que habían surgido durante la tarde sobre su futuro y el del país. Mubarak ha lamentado la pérdida de «vidas de inocentes» durante las revuelta, más de una veintena, según el último balance en todas las protestas del país.
Pero ha pedido a los egipcios que no se dejen llevan por malos ejemplos porque «hay una fina línea entre la libertad y el caos».
«Yo he estado muy cerca de las peticiones de la gente y respeto lo que las manifestaciones estaban pidiendo. De hecho, sin libertad no se hubieran podido producir», aclaraba el presidente egipcio durante su discurso.
Además, ha advertido de que no se van a permitir saqueos que podrían ir en contra de Egipto y ha llamado a «cada hombre y cada mujer a defender el bien público del país».
«Yo siempre he estado junto al sufrimiento del pueblo egipcio», ha aclarado antes de ofrecer cualquier cambio a través del diálogo, «ninguno con el caos».
El Cairo era ayer un infierno estremecedor, una guerra cuerpo a cuerpo, un laberinto de masas enloquecidas tras nueve horas de represión policial combatiendo a brazadas por su derechos entre neumáticos en llamas y la nube cuasi tóxica de gases lacrimógenos que mataba la respiración. Los egipcios se juraron no rendirse. Aunque Hosni Mubarak les corrió como a ratas por toda la capital echándoles una armada de policías antidisturbios encima. Aunque antes del amanecer ya les había condenado a la desorientación y al caos con un ciberataque oficial que bloqueó en todo el país Internet, la telefonía móvil y canales de televisión. Aunque creyó ganarles la partida, el pueblo se rehizo enfurecido y consiguió pisar el símbolo de esta protesta histórica: la plaza de Tahir, el centro neurálgico de El Cairo, que vibró de nuevo en un grito desesperado de liberad.
Entonces fue cuando el faraón, -o quien quiera que le esté asesorando mientras él permanece en la ciudad balneario de Sharm-el Sheij- mandó salir al Ejercito montado en blindados. Las tanquetas intimidando por primera vez desde el inicio de este motín ciudadano habrían podido provocar una conmoción eléctrica, pero lo de anoche era ya el salvaje Oeste.
«Mañana vamos a volver, y pasado mañana, y al otro... y seremos como olas hasta que barramos este régimen podrido», proclamaba Adel Abdel-Sati, de la Asociación Nacional de Derechos Humanos, apretándose contra la boca una de las mascarillas desechables que los funcionarios de los hospitales de la capital acabaron arrojando por paquetes enteros a la multitud errante para que se protegiera de la asfixia ponzoñosa. «No nos movemos, nos quedaremos aquí hasta la victoria», decían Ali y Abdel, dos diplomados en Administración llegado desde el barrio de muertos de hambre de Shobra, «preferimos acabar en la cárcel a parar ahora. Estamos con Túnez, o el cambio o el fin del mundo».
Imposible saber si hubo tiros con fuego real, lo único que falta para convertir este universo de mugre y angustia en el Apocalipsis. Imposible conocer el número de heridos si -como emitió Al-Yasira entre corte y corte de su señal- había muertos. Imposible certificar si en el Sinaí y en el mismo El Cairo el gentío terminó quemando las sedes del Partido Nacional Demócrata en el poder o si en Alejandría los agentes se habían negado a enfrentarse con el pueblo. Si en Suez también se desplegaron los soldados.
Por megafonía se prohibe a la gente salir de los edificios y usar los ascensores. Un incendio descomunal acaba de surgir en la trasera misma del Museo de El Cairo, el humo negro oculta por completo en una sombra impenetrable y maldita la visión del vecino puente de Qasr El Nil, donde sucesivas oleadas de manifestantes llevan siendo embestidos a palos por los antidisturbios desde el mediodía. En las carreteras de acceso, las mismas de la plaza de Tahir, los imponentes camiones blindados de la Seguridad oficial son zarandeados por la gente con una furia ya inhumana que pone los pelos de punta. Se escucha una explosión que ha hecho temblar el suelo y hay un ruido de sirenas obsesivo.
Este viernes para la memoria de Egipto y del mundo árabe arrancó al término de la oración en las iglesias y las mezquitas, punto de encuentro de las diferentes ramas de lo que desde el principio quería ser la reunión final de la masa en otra foto histórica en Tahir. La estrategia de Mubarak funcionó mientras duró la luz del día: fragmentar la manifestación en bolsas separadas de gente, que nunca llegaban a juntarse gracias a los bestiales cordones de antidisturbios encajados por toda la ciudad y al desconcierto ciudadano de no poder mandarse unos a otro un mal sms para reorganizarse.
«Secuestrados en las calles»
En el Down Town, a la salida del templo musulmán de Al-Azhar, los civiles abordaron a los agentes a la voz de «pacíficos, pacíficos», y fueron contestados con la primera carga de botes de humo. El presunto aspirante a candidato presidencial, el premio Nobel Mohamed el-Baradei, permanecía encerrado en un arresto domiciliario sin motivo aparente. Y, en cierto modo, el pueblo también. «Estamos secuestrados en nuestras propias calles sin poder movernos, como llevamos 30 años secuestrados por este tirano: cuenten al mundo que no le necesitamos, ni a su partido, ni a su Parlamento ni a su hijo. Esto es una ocupación», defendía un joven con los ojos en carne viva por los gases lacrimógenos.