Giffords siguió el discurso por televisión

Había el martes en el palco de Michelle Obama unos cuantos héroes ordinarios, como es costumbre en los discursos sobre el estado de la Unión, algunos silenciosos y otros ya acostumbrados a los focos. Entre los que escapaban de las cámaras estaba Brandon Fisher, de Berlin (Pensilvania), que el verano pasado se llevó a Chile la tecnología perforadora de su modesta empresa y trabajó 37 días seguidos hasta que logró abrir el túnel por el que salieron los 33 bomberos atrapados.

En primer plano, Daniel Hernández, que desde que tuviera la sangre fría de correr en medio del tiroteo de Tucson hasta su jefa para taponarle la herida no ha parado de dar entrevistas. Ayer mismo, el becario de la congresista Gabrielle Giffords recibió las llaves de la ciudad de Nueva York de manos del alcalde Michael Bloomberg, con quien pronto hará campaña para el control de armas.

A esas horas su jefa estrenaba habitación en el área de rehabilitación del hospital de Houston donde se recupera. Giffords, cuyo asiento vacío dominó la intervención de Barack Obama, marcó esa noche un nuevo hito en su triunfante convalecencia al dedicar una hora a ver la televisión. Fue precisamente para oír el discurso del que era protagonista silenciosa. La foto que difundió su oficina solo mostraba a su marido aferrado a la mano de la congresista, con las sondas colgando. Nadie conoce aún qué aspecto tiene. Los médicos le han realizado al menos tres operaciones para reconstruirle la cavidad del ojo izquierdo.

Se desconoce si conservará la vista y aún menos el habla, que por ahora le impide la traqueotonomía por la que respira. Se sabe que tiene «cierta movilidad en el lado izquierdo» del cuerpo y que el derecho «es más débil». Todo el mundo quiere creer que Giffords será un milagro de película y un ejemplo de tenacidad capaz de superar todos los pronósticos para que inspire al imperio en declive en su determinación de reinventarse.