La revolución silenciosa del Ejército tunecino
Las Fuerzas Armadas han protagonizado un discreto pero decisivo papel en la caída de Ben Ali, pero no desvelan el que piensan jugar en la transición democrática
RABAT. Actualizado: GuardarEl testimonio gráfico de la última semana en Túnez ha dejado imágenes insólitas en el norte de África. Ramos de flores sobre los tanques en el centro de la capital, manifestantes que besan y se abrazan a soldados, que devuelven el abrazo algo ruborizados, geranios rojos en los cañones de los fusiles de los militares. El Ejército, generalmente una herramienta más de represión en la mayor parte de los regímenes dictatoriales árabes, ha desempeñado un papel muy diferente -y muy importante- en la revolución tunecina. La incógnita ahora es saber cuál va a ser su lugar en la transición democrática.
La postura de las Fuerzas Armadas ha sido, hasta ahora, cuando menos intrigante, en especial el papel del general Rachid Ammar, su jefe supremo. Muchos testimonios coinciden en que el general se habría negado la semana pasada a acatar la orden del entonces aún presidente, Zine el-Abidine Ben Alí, de disparar fuego real contra los manifestantes. Su rebeldía habría provocado su destitución, pero también habría servido de catalizador para provocar la huida del mandatario, ya que el Ejército se mantuvo fiel a la negativa del general de atacar a los que pedían trabajo y libertad. Ammar habría espetado a Ben Alí con un «estás acabado» y el mandatario, consciente de que sin el apoyo militar no sobreviviría, subió a un avión para no volver.
El general fue rehabilitado en su cargo por Mohamed Ghanuchi, que, durante varias horas después de la huida de Ben Alí, fue presidente, y que ahora vuelve a ser primer ministro. Desde entonces, el Ejército sigue desplegado en las calles para mantener el orden, pero Ammar, que antes de la revolución era poco conocido, mantiene silencio y se ha alejado del foco público.
La pregunta ahora es qué papel piensan adoptar las Fuerzas Armadas en la transición tunecina. «El Ejército de Túnez ha dado su apoyo a Ghanuchi para que forme un Gobierno de unidad nacional. También está en busca de los hombres del antiguo presidente y ha detenido al antiguo ministro del Interior de Ben Ali», señala Tariq Alhomayed, editor jefe del diario internacional árabe 'Asharq Alawsat', con sede en Londres. Por ahora, advierte el editor, el general Ammar no ha revelado si tiene algún tipo de ambición política.
Pero si Ammar parece mantenerse a la espera de los acontecimientos y no ha manifestado interés por ocupar cargo político alguno, una corriente, quizás pequeña pero ruidosa, pide, en pleno apogeo de popularidad del Ejército, que el general sea nombrado presidente. La página de este grupo en Facebook tiene ya casi 4.500 seguidores.
Posibilidad de contagio
Mucho se ha escrito y comentado en las últimas semanas sobre las similitudes entre los países del norte de África y, por extensión, algunos de Oriente Próximo, y la posibilidad de contagio de la revolución tunecina a sus vecinos. Sin embargo, si algo diferencia a Túnez y otros regímenes dictatoriales árabes es, precisamente, su Ejército. Con apenas 36.000 efectivos, sus Fuerzas Armadas son pequeñas y están mal equipadas, en comparación con la Policía, que cuenta con más de 120.000 agentes.
Ben Alí, que también fue militar, nunca se fio del Ejército, al que sometió a una reducción constante para evitar un potencial golpe de Estado. «Esto fue un error claro», opina Steven A. Cook, investigador del Council of Foreign Relations.