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Libertad de expresión y ley de amnistía como avances del cambio

SIDI BOUIZID. Actualizado: Guardar
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«Llamo para denunciar que un pariente de la exprimera dama que acudía a mi restaurante cada semana con muchos amigos dejaba su pistola a la vista, sobre la mesa, y siempre se marchaba sin pagar». Es uno de los miles de mensajes que los ciudadanos de Túnez airean en las radios públicas y privadas que desde la caída del régimen mantienen abiertos sus micrófonos las 24 horas del día. La denuncia pública se ha convertido en una especie de catarsis, la gente vive pegada a unas ondas que antes solo difundían propaganda oficial y que ahora ponen en antena lo que todos sabían pero nadie se atrevía a denunciar.

Las tres televisiones del país emiten de forma ininterrumpida tertulias que solo se cortan para emitir boletines informativos. Opiniones políticas prohibidas encuentran ahora espacio y el periodismo nacional celebra su primera semana de libertad de expresión.

Circular por el interior del país supone adentrarse en un nuevo Túnez libre de retratos del dictador y de los monumentos que ensalzaban el 7 de noviembre, fecha de su llegada al poder. Solo los puentes, pintados aun del color púrpura que representaba a Ben Ali, resisten como vestigios de una época que en una semana parece parte de un pasado lejano. La prueba de esta inmersión es la adopción de una ley de amnistía general que, a la espera de la aprobación del Parlamento, afectará a los presos políticos encarcelados en el país y a los exiliados. Se trata de la primera decisión adoptada por el Ejecutivo de transición, que también decidió reconocer a todos los partidos y movimientos políticos prohibidos en los últimos 23 años.

Cada decisión, cada cambio, es recogido de forma inmediata en los medios locales y en pocos instantes es sometido al juicio de la ciudadanía. Los medios se han convertido en el auténtico parlamento del nuevo Túnez.