CARTAS A LA DIRECTORA

Tolerancia cero

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Frecuentemente, por distintos medios, se nos enfrenta a la plaga actual de malos tratos que azota al colectivo femenino de nuestra sociedad. Anuncios impactantes y la colaboración de personajes y estrellas mediáticas buscan la toma de conciencia, por parte de todos, de esta lacra social que callada y anónimamente aterroriza y acaba con la vida de alguna mujer buena e inocente. Pobres víctimas indefensas de maltratadores sin escrúpulos a los que se saca 'Tarjeta roja' y para los que se pide 'Tolerancia cero'. Junto al colectivo femenino, también se es consciente del espeluznante maltrato infantil que ha puesto en marcha una gran cruzada social de caza y captura de seres incalificables. Y del menos hablado maltrato de hijos a sus padres, o, más concretamente a sus madres, por lo en silencio y oculto que viven su penosa e injusta situación. Sin embargo, en estos momentos, mi pensamiento-reflexión es acerca de otro sufriente colectivo, no maltratado directamente, pero que vive también su doloroso calvario por derivación: los familiares y amigos de las víctimas.

Cierto que es muy diferente conocer que saber. La diferencia: experimentar. No es lo mismo leerlo, oírlo o verlo en las noticias que escucharlo y verlo en vivo y en directo, en el rostro y en el alma de la hija, hermana o amiga: la pena y la rabia te desgarran. Puedo asegurarlo. Y que es aberrante. Y absolutamente frustrante el no poder parar tal ignominia ni ayudar a quién se permite ser víctima de ¿amor? Absolutamente impotente y doloroso ante la parálisis, la vergüenza, el terror, el sentimiento de culpa e incluso la negación de la persona humillada y golpeada frente al cinismo y la prepotencia del débil, acomplejado, inmaduro, prepotente y cruel agresor. Y muy alterada ante la capacidad de sincera compasión y perdón de las ofensas de muchas afectadas.

Todos hacemos lo que podemos, según el nivel de conciencia de que disponemos. Y solo queda aceptarlo. Nada más y nada menos. Se puede estar ahí y no querer que se esté. Se puede tender la mano y que no la cojan. Se pueden tener y ofrecer soluciones pero que no les sirvan. Se puede ser incómodos y, aunque cueste creerlo, hasta acusados de que se les hace más daño que los propios agresores, o que, después de todo, todos maltratamos. Puede que se les esquiven y mientan. Puede ser y lo es. Esas mujeres no pueden hacer otra cosa. No en estos momentos. Pero ellos sí. Ellos saben y ven lo que ellas no pueden: que son válidas, valiosas, dignas, respetables y merecedoras de todo lo bueno de la vida y que solo están a un pensamiento, a una decisión de su libertad: que nadie dirijan ni coarten sus vidas.

Por eso siguen ahí, acompañando, apoyando y ayudando de la forma que el otro quiere y necesita. Porque están seguros que ese momento de fuerza y libertad llegará.

No son las víctimas, ni los agresores, pero también viven un infierno. No salen en 'spots' publicitarios ni en artículos de prensa. Pero también necesitan desahogo, comprensión y compasión.

Aprovecho estas líneas para ser su voz, para que se tome conciencia del dolor y difícil papel de estas personas colaterales en la violencia doméstica y hago público mi reconocimiento y respeto a todos los familiares y amigos de las víctimas de maltrato de cualquier índole, por su silenciosa e inestimable presencia, valentía y fuerza en aras de la dignidad, valor y respeto de todo ser humano y, en especial, del ser querido.