Editorial

El aviso de Arizona

La matanza se produce en un momento de alta crispación política y polarización social

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Jared Loughner, un norteamericano blanco de 22 años al que el Ejército no quiso en sus filas, sin profesión definida, descrito como inestable e inmaduro por sus vecinos y recordado por sus incoherencias en un foro social de Internet, disparó contra la diputada federal norteamericana Gabrielle Giffords y, de paso, mató a seis personas e hirió a otras doce reunidas el sábado en un centro comercial de Tucson (Arizona). El escenario era una pequeña reunión político-vecinal en la que la diputada tomaba contacto directo con sus convecinos y electores y la obvia intencionalidad política del acto ha causado una honda impresión en los Estados Unidos. El hecho y el estremecimiento que ha producido es inseparable de la degradación del clima político y social entrevisto con claridad con ocasión de la campaña electoral de la elección legislativa de noviembre pasado, en la que, por cierto, la diputada demócrata Giffords, consiguió meritoriamente la reelección por muy estrecho margen frente a un candidato de la derecha republicana ultra y cercano al Tea Party. El lugar del drama, Tucson, en Arizona, muy cerca de México y con problemas inherentes a la fuerte y mal controlada inmigración ilegal, arroja alguna luz sobre el drama: la sociedad está muy dividida sobre el particular y la discutible y dura legislación represiva aprobada el verano pasado por la gobernadora Jane Brewer no hizo sino profundizar la polarización, muy exacerbada por la cercanía de las legislativas, la reaparición de la extrema derecha republicana populista y confesional y el rechazo a la agenda legislativa del presidente Obama. La matanza fue obra, con toda probabilidad, de un individuo aislado y asocial, pero supone un síntoma inquietante. Incluso en la bicentenaria democracia norteamericana subsisten actitudes incompatibles con las opiniones de los demás e incapaces de esperar a la modesta acción de votar para promover cambios o jubilar dirigentes. La gran democracia norteamericana digerirá este drama, como otros peores antes, con naturalidad y sin mayor problema, pero ciertos ámbitos de la acción política deben interrogarse sobre su responsabilidad en la creación de un clima de tensión cercano a la exclusión y la violencia.