BIENAVENTURADOS
Los que nada esperan de 2011, los que creen que no encontrarán trabajo serán los que no sufrirán desengaños porque ya están desengañados
Actualizado: GuardarDecía Alexander Pope algo así como que «Bienaventurado el que nada espera, porque nunca sufrirá desengaños», una de esas citas -wikicitas- que circulan por la Red y que en estos tiempos de crisis se ha convertido en un mantra para muchos de los que alimentan su falta de esperanza con recetas para el conformismo. Mi nuevo almanaque me lo recuerda en cada página «¿Cómo será el año que viene? -pregunta la chismosa Susanita- «Muy valiente» -le responde Mafalda- «porque como anda la cosa, atreverse a venir.» y también me lo recuerda el Centro de Investigaciones Sociológicas -cómo he llegado a entenderme con las estadísticas- cuando publica que más de la mitad de la población española cree que la situación económica empeorará en los próximos meses porque será casi imposible encontrar un puesto de trabajo, y también publica que un setenta y siete por ciento de los españoles esperan poco o nada del año que acabamos de estrenar. Son los que nada esperan, es curioso. Son los bienaventurados, sin duda. Los que no sufrirán desengaños, porque ya está desengañados. Que se lo digan a la Unión de Consumidores de Cádiz, que a pocas horas del comienzo de las rebajas ya sabía que los gaditanos gastaríamos menos que nunca porque ya hemos descubierto la gran verdad, que no es otra que los chollos, como los Reyes, no existen. Los que nada esperan son los mismos que cada mañana nos recuerdan que «todos los políticos son iguales», que «estoy no hay quien lo arregle», mientras dan vueltas al café en la barra del bar, los resignados, los escépticos, los sumisos, los mismos que, según el último informe del IESA, tienen grandes problemas con su economía doméstica y acaban recurriendo a la familia para llegar a fin de mes, los mismos para los que la cuesta de enero hace mucho que se convirtió en un puerto de montaña.
Ganas dan de no subir la cuesta, la verdad. Ganas de decir, me espero aquí a que esto se pare o se acabe, si fuera posible. Ya lo sé. Subieron el butano -por cierto, los repartidores redondean alegremente la subida, por si no se han dado cuenta todavía-, el gas, los transportes, las hipotecas, los sellos y la luz, justo en el mes en el que se dispara el consumo eléctrico porque el frío, la lluvia, el invierno es lo que tienen, que nos da por encender luces y estufas, mire usted. Y eso que el ministro de Industria, aplicando aquello de la botella medio vacía o medio llena, lo dejó bien clarito la semana pasada, la subida de la luz equivale a «poco más que un café». Me gustaría a mí saber dónde toma café esta gente, porque -hagamos memoria-, Zapatero lo tomaba a ochenta céntimos y Sebastián a un euro con setenta. Así que ya me dirán lo que cuesta un café. Desde luego, con los cálculos del ministro, las cuentas no salen, porque si establece una factura mensual de treinta y cinco euros por hogar, que venga a mi casa y me diga qué estoy haciendo mal.
Nada puede dar el que nada tiene, dice el refrán. Al final va a ser eso. Que no se puede sacar de donde no hay. Por mucho que el trampantojo de los últimos días nos hiciera creer en un centro revitalizado, lleno de comercios, de tardes de compras, de gente que va y que viene -sí, ha habido mucha gente en el centro en los últimos días- por mucho que Juan Tovar, de Cádiz Centro, afirme «podemos dar lo que un gran centro comercial no da», -que no tengo yo muy claro lo que quiere decir, y mejor no saberlo- lo cierto es que seguimos sin tener nada, y sin esperar nada. A lo mejor es que somos bienaventurados. Quién sabe.
Tal vez por eso, porque nada se esperaba, la cabalgata de Reyes resultó mucho mejor que en otras ocasiones. Sin aparentes pretensiones -los muñecos hinchables de otros años olían ya-, desfiló un cortejo digno de Torre Alháquime pero que cumplió con las pocas expectativas que se tenían, muchísimos caramelos, camellos, cabras, ovejas, unos Simpson y unos personajes de Disney de factura muy muy casera, y dos bandas de música que por momentos nos transportaban a la recogida del Perdón, renovaron la ilusión de cuantos volvieron a pedir a Melchor, Gaspar y Baltasar que no vayan tan deprisa y que se acuerden de que esta ciudad perdió la sonrisa casi al mismo tiempo que la esperanza. Y que sigue en pie, sin esperar nada. Tal vez por eso, los fuegos artificiales -fríos los llamaban, no sé- desde el Ayuntamiento hicieron posible la reconciliación de muchos ciudadanos con las terrazas de los bares, con la calle, con el ambiente de celebración que llenaba las plazas. No era más que una ilusión, lo sé. Pero de ilusión, de sueños también se vive. Y esta ciudad lleva décadas viviendo de sueños que nunca se han cumplido, viviendo dormida, viviendo en un sueño dirigido, viviendo como el sonámbulo al que llevan una y otra vez a la cama sin que ponga resistencia. Ahora, por aquí, ahora, por allí.
Viviendo de sueños. Ahora se entiende que las colas -bueno, siempre nos ha gustado una cola, no nos engañemos- para entregar las esperanzas al cartero real llegaran hasta mitad de la calle Ancha. Porque de vez en cuando, nos rebelamos, y nos asaltan las esperanzas, y luego nos llegan las decepciones. Ya lo sabe, al que no espera nada, nada lo puede defraudar.
Ni siquiera lo puede defraudar la ley antifumadores. Total, si no se puede fumar, tampoco tiene sentido lo de 'Fumando espero.' y si nada espero, todo lo que venga será bienvenido. No es ninguna tontería, no lo olvide. Es una bienaventuranza.