Artículos

Bajo puertas de ceniza

La cuestión ya no es si hay que hacer sacrificios, sino cómo se reparte su coste y cuál es el horizonte

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

La segunda década del siglo XXI se abre en España en medio de grises perspectivas. Si el mundo entró al presente siglo bajo puertas de fuego, como dijera Kofi Annan, en relación al atentado de las Torres Gemelas, los españoles entramos a esta década bajo las puertas de ceniza de una crisis a la que la gente no acaba de ver clara la salida. Después de dos años consecutivos de decrecimiento del PIB, algo que no había sucedido en nuestro país desde que existen datos estadísticos seriados, nos enfrentamos, de acuerdo a las predicciones más solventes, a un ejercicio de crecimiento anémico: el 'consensus forecast' de Funcas lo sitúa en el 0,7%, poco más de la mitad de la previsión oficial, del 1,3%, que, aun así, está en un rango muy inferior al de crecimiento potencial y que, conforme a esas mismas previsiones oficiales, no puede evitar que el paro, en 2011, continúe creciendo, aunque a ritmo menor y con una pequeña creación de empleo neto.

Lo que estos números significan es que estamos viviendo algo que aquí no se conocía desde hace 60 años: nos hemos empobrecido no solo momentáneamente, sino de modo más duradero. Cuando termine el año que acaba de empezar, nuestro PIB real seguirá siendo inferior al de 2007. Y ello, con una población que en estos años ha crecido por encima de los dos millones de personas, lo que significa que -medido en PIB per cápita- el empobrecimiento relativo en términos reales superará el 5%.

Nos hallamos por tanto ante una encrucijada que no tiene que ver con episodios cíclicos anteriores. Esta crisis nos ha golpeado de forma distinta y mucho más intensa que cualquier otra. Y la razón no es otra que la de que, en una coincidencia diabólica, han venido a estallar juntas la burbuja financiera internacional y nuestra particular burbuja financiero-inmobiliaria, el masivo auto-engaño que hemos estado alimentado acerca de nuestra riqueza. Somos tanto víctimas como cómplices de la masiva estafa que hemos tramado contra nosotros mismos. Esa mezcla de mala conciencia y rabia anula en buena medida la claridad mental necesaria para ver cómo salimos de esta. Porque esa es la cuestión. Llevamos más de dos años mareando la perdiz, sin darnos cuenta de que ya estaba abatida y empezaba a oler. Pero el tiempo perdido, es eso, perdido, y lamentar su pérdida no nos va a librar de sus peores consecuencias. La cuestión ya no es si hay que hacer sacrificios, sino cómo se reparte su coste y cuál es el horizonte que hace que valgan la pena.

Ponernos a ello cuanto antes es la última esperanza que tenemos de que esas puertas de ceniza bajo las cuales entramos con la cabeza humillada en esta nueva década se conviertan en algo más sólido y prometedor dentro de otros diez años. En esta apuesta nos estamos jugando el futuro de una generación.