Clegg gesticula por un ruido del audífono durante una entrevista en televisión el pasado miércoles. :: AP
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Pocos están ya de acuerdo con Nick

La popularidad del viceprimer ministro británico Clegg cae en picado tras ser entronizado como el gran adalid de los liberaldemócratas

LONDRES. Actualizado: Guardar
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En la noche del 15 de abril se acuñó una nueva frase para la colección de las que se han hecho célebres en la historia política británica. «Batallaremos en las playas» evoca al Winston Churchill de 1940. «Nunca os fue mejor», a Harold Macmillan en 1957. Decir que uno está «cansado y emotivo» equivale a decir que está borracho, como un cable diplomático describía al ministro George Brown en los años sesenta. Y Margaret Thatcher creó otra: «A la señora no le gusta cambiar».

En el primer debate entre líderes políticos emitido por la televisión en la historia electoral británica aquella noche, el entonces primer ministro, Gordon Brown, frecuentemente, y el aspirante conservador, David Cameron, pronunciaron la nueva frase que quedará en la memoria colectiva: «Yo estoy de acuerdo con Nick».

Antes de entrar en los estudios de la televisión, los liberaldemócratas de Nick Clegg tenían en los sondeos la intención de voto del 22% de los electores; eran, como ha ocurrido desde l922, el tercer partido británico, con la sempiterna aspiración de que los otros dos no alcanzasen una mayoría aplastante y así exigir a cambio de su apoyo la reforma del sistema electoral.

El 16 de abril se imprimieron camisetas con el eslogan 'Yo estoy de acuerdo con Nick' y los sondeos dieron al marido de Miriam González Durante, una española crecida en Olmedo, provincia de Valladolid, como el claro ganador del primer debate. Los de intención de voto igualaban (32%) a su partido con los mastodontes conservador y laborista.

Desde aquellos días de la 'cleggmanía', en los que el líder liberal pareció capaz de romper el corsé secular de la política parlamentaria británica, hasta la noche electoral -su partido logró solo un 2% de votos más que los que le daban los sondeos antes del debate televisado- y el posterior pacto de una coalición de gobierno con David Cameron, el aterrizaje fue plácido.

El mejor Gobierno posible

Días después de que el afán reformista de sus votantes le otorgara el poder para acordar un programa común con los conservadores, un sondeo de YouGov registraba que el 61% pensaba que Clegg estaba haciendo bien su trabajo. La amplia mayoría del país parecía entender que era el mejor Gobierno posible para las circunstancias.

Ahora, cuando Nick Clegg y Miriam González pasan con sus tres hijos las vacaciones navideñas en España, los sondeos que miden la simpatía que inspiran los políticos dicen que el 60% piensa que lo está haciendo mal. La intención de voto a su partido está en algunos sondeos en el 9%. Y los estudiantes que protestaban ruidosamente contra la triplicación de las tasas universitarias no llevaban la camiseta primaveral del 'Yo estoy de acuerdo con Nick' sino que quemaban su efigie hecha con cartón y trapo.

En esta tesitura, al hacer balance de la pérdida de popularidad en estos siete meses como consecuencia de los recortes presupuestarios aprobados por el Gobierno y por el sentimiento de que no ha cumplido sus promesas -el programa liberal se comprometía a «abolir injustas tasas universitarias»-, Nick Clegg puede encarar el año nuevo amparado tras el fatalismo de una de las más conocidas leyes de Murphy: todo es susceptible de empeorar.

Ministro inmolado

Antes de viajar hacia Olmedo, el viceprimer ministro tuvo que emplearse a fondo en el servicio de urgencias de Downing Street para mantener en el Gabinete a uno de sus más importantes ministros, Vince Cable, que proviene de la izquierda del partido y que se inmoló en una conversación torpe y narcisista con dos electoras de su circunscripción que en realidad eran periodistas.

El resultado es que Cameron y Clegg mutilaron la cartera de Cable, quitándole la supervisión de la operación de compra de todas las acciones de una cadena de televisión por el conglomerado del gran magnate de prensa, Rupert Murdoch, conservador y eurófobo, que el ministro había bloqueado provisionalmente. Los liberales han perdido así otro reclamo de su influencia reformista en un Gobierno dominado por los 'tories'.

¿Qué les queda en vísperas de un 2011 en el que los recortes irán calando hacia la sociedad? Lo más visible es un referéndum en mayo para la reforma del sistema electoral, que parece difícil de ganar y que coincidirá con elecciones municipales.