Canción de Navidad
Actualizado: GuardarCuando abrió los ojos y reparó en todo lo que se le venía encima pensó: esto no es vivir. Cuando se sentó ante su primer café sintió soledad y abandono. Su familia no estaba, compraban regalos de Navidad en el centro de Madrid. Mientras llenaba la taza de café echó un vistazo a los periódicos. Y sintió en su boca sabor a fruta podrida: esto no es vivir, volvió a pensar. Los diarios, certeros y exagerados, se encelaban con informaciones sobre su repuesto y citaban a compañeros que mostraban incomodidad por cómo estaba haciendo las cosas. No ha gustado que haya confiado su futuro a dos personas. ¿Y qué otra cosa puedo hacer, proclamarlo?
Así estuvo, hasta que notó el café frío. A sorbos fue repasando su vida. Qué cosas, pensó, se sucede mi vida, una estampa tras otra, como dicen que les pasa a los que agonizan. Un suceso, una imagen, un lugar, una palabra, un color, un campo, un rostro. ¿Me estaré muriendo? Entonces recordó el día en que llegó a lo más alto; recordó a su madre, a la que echa tanto de menos en días como hoy. Con desdén abrió un periódico, pero no pasó de las primeras páginas. Para qué, dijo, no hay nada nuevo. Con la segunda taza de café vio entre papeles y diarios un sobre en el que estaba escrito «entregar en mano». Al tacto supo que era un libro, pero no pudo adivinar quién se lo mandaba porque no tenía remite. ¿Qué cosas pasan, tanta seguridad y se cuelan paquetes así? Con la desgana propia de aquellos que nunca abren cartas, sacó del sobre el libro. Era la 'Canción de Navidad', de Charles Dickens. La edición, primorosamente editada por Anaya, tenía ilustraciones aún más primorosas hechas en Londres en 1915. El envío era un misterio. En la portada y en un papelito amarillo alguien había escrito: Por favor léelo de una vez, y compártelo con otro. No había firma, solo dos letras en mayúscula J. C. Y se puso a ello. Lo leyó, en realidad lo devoró.
Página a página sintió la peste de la avaricia y la mezquindad, pero también la luz de la bondad y la alegría; el espanto del miedo y la enfermedad, pero también la gloria del amor, la grandeza de la compasión y la misericordia. Disfrutó del calor de una mesa pobre y sin alimentos en la que se sentaban hombres, mujeres y niños ricos que no sabían que lo eran. Leyó de nuevo la nota. Imaginó quién la había escrito, pero eso era lo de menos. Lo de más era lo que notaba, que no era otra cosa que una nueva sensación que situaba entre la alegría y la felicidad. Lo que sentía le hacía irse durante un rato del mundo que contaban los periódicos. Sintió paz. No tenía miedo. Y decidió hacer caso a J. C. Cogió un sobre con membrete del palacio, metió el libro y escribió esta dirección: Mariano Rajoy. C/ Génova 13. 28004. Madrid.