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La lotería de la pobreza

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No tenemos casa, pedimos para comer», puede leerse al filo de las alcantarillas. Ojos que extienden manos o tañen flautas. Coladas bajo el armazón del balneario de La Palma, trastos y colchones apilados junto a un árbol. Nos lo cuentan en imágenes Luis Miguel Bulpe, Álvaro Padilla Jiménez, Luis Merino Rey, de BiFocal Estudio o los propios protagonistas de esas historias sin techo que desde el pasado julio han participado en un taller de fotografía impartido por Elisa Sánchez García y por Manuel Ruiz Rodríguez.

Los pedigüeños de antaño pedían justicia por amor de Dios. Ahora, «a lo mejor tendríamos que crear un partido de los pobres», sugiere Vicente que de repente tiene voz y voto y no sólo es un simple gesto de una limosnita por amor de Dios. «¿Por qué nos llaman sin techo? ¿Es que sólo somos eso? Vagabundos, transeúntes, nos dicen. Cualquier día volverán a llamarnos, como en el franquismo, vagos y maleantes». Sus palabras suenan a sabiduría de relente, a demasiados años capeando temporales, a trienios de antigüedad en el oficio de la supervivencia.

«Gracias a los ricos, hay pobres, desgraciadamente», escribía nuestro Carlos Edmundo de Ory del padrenuestro Cádiz. Y algunos de ellos tienen nombre y opiniones. Leopoldo, bajo cuya barba de clochard o de Papá Noel nos pide que le echemos cuenta y que no le convirtamos en un rostro invisible. Su figura, habitual de la calle San Francisco, aparece en una de las piezas de la exposición sobre 'La realidad de las personas sin hogar' que con el propósito de que nadie duerma en la calle ha exhibido el Centro de Día 'Luz y Sal' en la Asociación de la Prensa.

Quizá sólo habría que prestarles un rato de atención más que darles unos céntimos. Tal vez así conoceríamos su historia, por qué están ahí o por qué cualquiera podría estar en su lugar con la que está cayendo. Por su boca, sabremos conjugar el verbo arruinarse, o recorreremos los laberintos de la burocracia, las colas del Inem, los cursos de formación, los contratos basura que no dan para alquilar ni una habitación y nadie puede trabajar si no descansa. Más allá de las fotografías propiamente dichas y de las consignas de Cáritas, de las Hijas de la Caridad, de la Fundación Virgen de Valvanuz, de los Caballeros Hospitalarios, de las instituciones oficiales o de los voluntarios de Cruz Roja y de Calor en la Noche, que a diario o varias veces a la semana al menos recorren las calles con extintores de termos con sabor a sopa caliente o a mantas frente al frío de la recesión económica que afecta desde antiguo a los que no tienen nada y hasta la tranquilidad a menudo se les niega.

A veces, a los pobres autóctonos se les echa a pelear con los que llegan de fuera. Pero nadie pregunta de dónde vienen los ricos y, siguiendo la sinrazón de Ory, dónde queda la fábrica de la pobreza. Buen tema, sin duda, para un villancico. O para una de aquellas películas sobre la lotería nacional, en blanco y negro y con final feliz. Pero toca, mira como toca. Cada día crece, el número de agraciados con la miseria.