EL PERFIL

JUAN MARTÍN BARO

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Desconozco, como es natural, las sendas personales que él ha seguido e ignoro las pautas pedagógicas que ha aplicado pero me atrevo a afirmar que el elevado grado de sencillez y de transparencia de sus conferencias y homilías es el fruto de la profundización en los contenidos esenciales del Evangelio mucho más que del estudio de las reglas de la Gramática o de las normas de la Retórica. Juan ha descubierto que el Evangelio no es sólo un contenido, sino también un estilo. Por eso evita las palabras brillantes, oscuras y enigmáticas. Él parte de la convicción de que el lenguaje humano sólo abre un cauce de comunicación cuando revela la verdad de unas convicciones y cuando explica la coherencia de unas conductas. Tras prestar especial atención al tono amable y al ritmo cadencioso con el que Juan Martín Baro nos habla y después de escuchar abundantes comentarios de sus oyentes, he llegado a la conclusión teórica de que la mejor manera de transmitir mensajes persuasivos es evitando la entonación magistral y el acento moralizante: las palabras expresan mucho más por la manera de pronunciarlas que por el significado que le asignan los diccionarios.

Con sus actitudes y con sus comportamientos trata de traducir la paradoja original del mensaje evangélico que revela la trascendencia por medio de la encarnación, la liberación por medio de la pobreza y la salvación por medio de la debilidad. No es extraño, por lo tanto, que hable con un lenguaje sencillo, cordial y humano. Su estilo oratorio es totalmente diferente del que, aún hoy, define a algunos oradores sagrados porque Juan no predica sino, simplemente, habla: más que un orador es un comunicador. Por eso su palabra es clara, directa e interesante, y por eso sus frases son condensadas y transparentes. Su intenso poder comunicativo se fundamenta de manera particular en la atención permanente que presta a los destinatarios de sus mensajes, en la sensibilidad que posee para captar las expectativas de los oyentes, en su capacidad de sintonía y en su convicción del poder de la palabra para formar los pensamientos, para orientar la actitudes, para estimular los comportamientos, para alimentar la fe y para construir la comunidad. Por eso prefiere la bondad de los sencillos a la virtud de los importantes, por eso pretende ser fiel, no sólo a los principios permanentes, sino también a las llamadas cambiantes de los signos de los tiempos.