Robar a un controladrón
Actualizado: GuardarDecía Clausewitz que la guerra era la continuación de la política por otros medios. Es lo que en la actualidad se ha venido a llamar la teoría del conflicto. Las reglas a aplicar a este caso son diametralmente opuestas a las de la negociación. En negociación las partes saben que tienen un interés común y el truco está en ver quién acerca más el ascua a su sardina sin que se note demasiado. En clave de conflicto no hay interés común y todo vale para conseguir la rendición total del adversario. Lo peor que le puede pasar a alguien que va a negociar con alguien es que la otra parte esté en clave de conflicto. Le devuelven la cabeza a su familia en una bandeja de plata. Esto es exactamente lo que les ha pasado a los controladores. Fueron a negociar y les esperaban con cuchillos y palos. Fueron a hablar y les tenían preparada una trampa saducea, de esas que no tienen salida posible. En mi opinión, hacía ya meses que el Gobierno había abandonado la negociación y estaba en clave de conflicto. Y es natural, una huelga de transporte o de controladores aéreos puede tumbar un Gobierno. Es normal que el Gobierno se lo tome muy, pero que muy en serio. La verdad es que, desde el punto de vista estratégico, la jugada del Gobierno no ha podido ser más académica. El arte de la estrategia nos dice que en caso de conflicto gana el que primero detecta cuál es la clave del conflicto, para luego concentrar todas sus fuerzas en un ataque en ese solo punto y no parar hasta conseguir una aniquilación total del enemigo. Los ministros no podían haberlo aplicado más a rajatabla.
El Gobierno tenía desde el principio absolutamente clara cuál iba a ser la clave de este conflicto: la opinión pública. Por eso, consideraba vital convencerla de dos cosas: la superioridad moral de la postura del Gobierno y el riesgo inminente en el que ponían al país los controladores. Y se pusieron manos a la obra. De una parte, el ministro Blanco hizo públicos los astronómicos sueldos de algunos controladores. La envidia de los españoles hizo el resto. Y por otra, los propios controladores resultaron ser ayudantes entusiastas del ministro. Continuaron la huelga de celo encubierta durante meses. Huelga que, a la postre, solo sirvió de factor multiplicador de una indignación popular que creció y creció hasta hacerse enorme.
Como resultado de todo lo anterior, en apenas un par de meses, los controladores aéreos consiguieron el primer puesto de las profesiones más odiadas por los españoles. Desbancando incluso a los odiados recaudadores de la SGAE y dejando en un absoluto ridículo a políticos, abogados y directores de recursos humanos. Una vez construida la inmensa indignación, el siguiente paso que tocaba era montar el ataque sobre el flanco enemigo que hemos dejado expuesto. Había muchas formas de haberlo hecho, pero una de las mejores es la que se utilizó: la provocación. En estrategia, una provocación no es otra cosa que un movimiento táctico que, con un pequeño riesgo de una parte, busca infligir un gran daño en el enemigo. Aprobar un Real Decreto a sabiendas de que era inaceptable para los controladores, en vísperas del puente más largo del año, no es otra cosa que una enorme provocación con un fin concreto: montar un lío lo suficientemente grande como para legitimar el Estado de Emergencia nacional. Y a los hechos me remito. Los controladores entraron en la trampa embistiendo como venados, encelados como perdices ante el reclamo, engañados como atunes en la almadraba.
Ya estaban puestos todos los palotes. Solo quedaba que el Gobierno terminase con el conflicto de un solo golpe. Y lo hizo, 24 horas de telediarios después del abandono de puestos de los controladores, una vez que la situación en los aeropuertos rayaba en la reyerta, el Gobierno metió mano. Estado de Emergencia nacional y militares en las torres de control. La sorpresa de los controladores, total. La victoria del Gobierno, absoluta. Primero, el Gobierno necesitaba una inyección de apariencia de autoridad. La consigue ordenando a los militares que tomen las torres de control. ¡Somos como Ronald Reagan. A nosotros tampoco nos tiembla la mano! En segundo lugar, distraen a la opinión pública de la crisis económica. Que es el principal torniquete del que disponen para intentar parar la sangría de votos que están sufriendo últimamente. Tercero: se encuentra un chivo expiatorio ideal para las enormes pérdidas de Aena. A partir de ahora, todo lo que haya pasado en Aena será culpa de los controladores. Y, sobre todo, solucionan de una puñetera vez el problema de los controladores, que ya tenían harta a toda España. Porque hay que decir que, desde que los controladores empezaron a practicar el secuestro exprés aeronáutico, el spam de los raptos, tenían más de controladrones que de otra cosa. Se habían convertido en terroristas de baja intensidad, indetectables por los arcos de seguridad, a la espera de un suculento rescate. Porque 700.000 euros de salario no es un sueldo, es un botín. En definitiva, el Gobierno ha engañado a los controladores y ha solucionado el secuestro. Puede que haya gente que crea que la conducta del Gobierno era moralmente reprochable, pero no seré yo el que lo diga. Ya se sabe... el que roba a un controladrón, tiene cien años de perdón.