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De mapas y secretos

Estados Unidos ha llegado a producir documentos suficientes para empapelar el mundo entero

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Las filtraciones de Wikileaks nos están proporcionando -extra bonus- jugosos datos sobre la diplomacia americana. Un cuento de Borges, titulado 'Del rigor en la ciencia', narraba cómo en cierto imperio el arte de la cartografía había conseguido mapas que resultaban muy fidedignos gracias a su tamaño desmesurado: así, la carta de una provincia ocupaba toda una ciudad. En busca de la perfección absoluta, un buen día el colegio de Cartógrafos decidió dibujar el mapa definitivo y, para lograr la fidelidad total a la realidad, para reproducirla milimétricamente, levantaron un mapa del imperio que ocupó todo el imperio. Ahora podríamos escribir 'Del rigor en la diplomacia' para explicar cómo Estados Unidos, en su afán de acopiar información sobre todos los países, ha llegado a producir documentos suficientes para empapelar el mundo entero. Cuando uno quiere entenderlo todo, acaba ocultándolo bajo toneladas de notas.

No obstante, lo más interesante de las filtraciones es que está dejando a la vista el extraño carácter de distinguidos gurús del periodismo español. ¿Somos partidarios o no somos partidarios?, se han preguntado los tertulianos frente al espejo, como cada mañana. A la hora de contestar a tan sencilla pregunta, carecen de referencias: como nunca ha ocurrido antes una filtración a esta escala y como el asunto no está marcado ideológicamente, se carece de un prejuicio asentado, pilar fundamental sobre el que sostener toda opinión.

Yo hubiera pensado que los periodistas defienden la transparencia hasta sus últimas consecuencias, deteniéndose solo un minuto antes de caer en el fanatismo. Sin embargo, algunos han despachado las filtraciones con el argumento de que se trata de «cotilleos». Muchas no lo son. Pero si lo fueran, resulta una reticencia curiosa, dado que la prensa lleva años entregada a publicar chismes sobre los personajes más dispares: desde Belén Esteban hasta Sarkozy y sus cuitas amorosas. Ahora que empiezan las habladurías con consecuencias políticas, deja de gustarles, vaya por Dios.

En todo caso, dentro de la preocupación por la transparencia que se le supone al periodista, al ver que los estados ponen el marchamo de secreto a cualquier cotilleo, ¿no debería esto haber desatado la indignación y haber provocado un debate en los medios sobre la facilidad con que nos ocultan casi todo? Una de dos: o la información es importante o el grado de opacidad es insufrible. Aunque también cabe una tercera posibilidad: que la grey periodística haya quedado sepultada bajo el gigantesco mapa de la realidad que ya tenía dibujado.