CARTAS AL DIRECTOR

Europa condena a Cristo

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Copio literalmente de la homilía del Papa Benedicto XVI en la Plaza del Obradoiro en Santiago el pasado seis de noviembre: «Es una tragedia que en Europa, sobre todo en el siglo XIX, se afirmase y divulgase la convicción de que Dios es el antagonista del hombre y el enemigo de su libertad». Desde hace más de un siglo, y cómo lo notamos ahora, Europa (es decir, el sumatorio de las acciones y omisiones de los europeos) no quiere reconocer sus orígenes: que sus convicciones y creencias, que los fundamentos de su estructura social y política y de su visión de la vida, que los derechos humanos, todo eso procede de la cultura cristiana que se ha desarrollado en ella durante siglos. Y quiere ahora despojarse definitiva e irreversiblemente de su origen. En Europa, aquí y ahora, se detesta y desprecia todo lo que sea religioso, y especialmente cristiano y católico. Como signo de tolerancia política máxima se nos permite practicar la religión en privado, pero de ninguna manera en lo referente a los asuntos públicos. Eso compete sólo a los políticos sin convicciones, ni preferencias, ni ideologías, ni pasiones, ni errores (no me lo creo: no es posible). En el siglo I de nuestra era -por cierto, llamada cristiana en honor de Cristo- se escucharon en Jerusalén los gritos condenatorios de muchos judíos enfurecidos contra Jesús: ¡crucifícale!, crucifícale! Los motivos: haberle considerado blasfemo contra la religión que ellos querían practicar y no la que Dios les había revelado. Y también la envidia. Igual que ahora. También actualmente en muchas instituciones, públicas y privadas, y en muchas personas individuales, se escucha explícita o implícitamente: ¡crucifícale, crucifícale! ¡Arrojadle fuera! Y, desde la Constitución Europea, desde los Parlamentos nacionales, desde las legislaciones particulares, desde los medios de comunicación, desde los grupos políticos, desde los ámbitos profesionales e intelectuales, muchos claman de nuevo: ¡crucifícale!, ¡no queremos saber nada de El! Europa sigue condenando a Cristo ahora. Y cada europeo también si con su actitud no se atreve a poner de manifiesto en la vida pública que esa persona y doctrina de redención son las fuentes en las que el hombre se encuentra a sí mismo y sabe quién y qué es. Personalmente no me gustaría que las generaciones venideras, mis nietos, bisnietos. pensaran de mí que fui un cobarde por no defender a Cristo. Si hubiéramos estado en Jerusalén el Viernes Santo, ¿le habríamos defendido o le habríamos crucificado?