LA CIUDAD MUDA
El gobierno limita las preguntas en el pleno y el 99% del PSOE local apoya el trabajo del jefe: nadie quiere preguntas y menos dar respuestas
Actualizado: GuardarPuede que no haya nada que decir. O que nadie quiera escuchar, pero si nos callamos será peor. La semana termina con la sensación de que todos pretenden tapar la boca y los oídos de todos. Ahora que Wikileaks resucita en forma de garganta profunda y gigante, aunque nos cuente solo una parte, lo que sospechábamos y todo quede tal cual, vuelve a tomar cuerpo la idea de que saber, poner caras coloradas, es lo único parecido a un recurso que les queda a los ajenos al sistema, a la dirección de las estructuras y las administraciones.
Es la única esperanza de los paganos sin graduación. Tenemos que saber, aunque ya lo supiéramos, aunque ya nos lo temiéramos, para dar sustento a ese espíritu crítico que parece artrítico, dado el tamaño que han alcanzado nuestras tragaderas.
Esa sensación aparece cuando la Alcaldía de Cádiz decide aplicar una norma, muy legal y muy antigua, pero nunca aplicada: la de limitar el número de preguntas a pleno. El gobierno local será el que decida cuales sí y cuales no. Unas se responderán a puerta cerrada y otras, en público. La justificación es la falta de tiempo. Ese argumento se cae cuando nadie quiere acotar el número, ni la duración de las intervenciones de las plúmbeas sesiones, ni hacerlas ágiles, ni visibles a través de las pantallas. Ya se sabe que el PSOE usa esta herramienta de forma perversa, con una insistencia que deforma su sentido y utilidad. Pero ese sistema de preguntas es el mal menor, un bien mayor, que la tijera nunca es la solución. Ahora, los pocos gaditanos que aún tenían interés y paciencia no podrán escuchar las interrogantes, ni las contestaciones, por intrascendentes que fueran, así que crecerán sus dudas. Es un gesto menor en la práctica pero simbólico. Viene a ser como si los periódicos en internet eliminasen la posibilidad de incluir comentarios de los lectores a informaciones y artículos. Hay limitaciones como el insulto y mil trabas tecnológicas, pero no cabe censurar nada más. A sabiendas de que los que publican con nombre, y se ganan la vida con eso, se exponen a ver sus textos contestados con cualquier salida de pata de banco de un anónimo, de 7 ó 77 años. O a recibir la descalificación de afiliados y asalariados que transmiten consignas del jefe. Ya se sabe que la opinión de un lector que da la cara, los hay, es una aguja en ese pajar mental.
Pero esa opción de conectar, de recibir el comentario es el mal menor, un bien mayor, que la tijera nunca es la solución.
Sería un alivio que fuera la tendencia de un solo colectivo, de un único partido, de una administración concreta, pero es peor. El grupo político mayoritario en la oposición local, que representa a varios miles de gaditanos, el teóricamente censurado por la limitación de preguntas al pleno, el PSOE, ha celebrado esta misma semana una asamblea local. El secretario general democráticamente elegido ha presentado un informe de su trabajo durante este año. El que sea, ellos sabrán.
Lo ilustrativo, lo deslumbrante, es que ha recibido el apoyo del 99,99% de los convocados. Solo hubo una abstención.
Ese número demuestra que el debate murió por inanición, que las preguntas hace meses que huyeron por aburrimiento, falta de expectativas o certeza de las que hay. Que la gestión de un partido en la oposición, que no ha crecido en representantes durante 15 años y no tiene visos de hacerlo, reciba un aplauso propio de Ceaucescu demuestra que nos hemos acostumbrado a no hacer preguntas, a no esperar respuestas. En esto, todos los partidos coinciden ya. Se sabe que abrir las puertas a la crítica, intercambiar descontentos, exigencias y supuestas verdades te convierte en 'Cádiz-Herzegovina', que te critican por convulso, que te arriesgas a dar mala imagen. Pero esa contestación es el mal menor, un bien mayor, que la tijera nunca es la solución.
Si nadie admite discrepancia, ni crítica, al espectador le queda lamentarlo. El silencio impuesto es peor que abolir la obligación de dar explicaciones al que paga, por falsas que sean. Podría servir eso que dice un amigo cuando le preguntan por la oreja que le falta de nacimiento: «Total, para lo que hay que oir...». Ese sarcasmo sería un consuelo de no ser por lo confortable que parece el silencio para muchos. Es como una manta calentita. Están acurrucados. Por favor, no molesten.