El ideal de utopía en Cádiz doscientos años después
Actualizado: GuardarDel 3 al 5 de diciembre de 2010, la Asociación Pro Derechos Humanos de Andalucía organiza en Cádiz sus VII Jornadas Internacionales bajo el lema genérico 'Derechos humanos, ideal de utopía en un mundo en crisis'.
No es casual la elección de Cádiz ni del 2010 como lugar y fecha de celebración de las mismas. Hace doscientos años en esta tierra se reunieron las Cortes Extraordinarias y Constituyentes que pasarían a la Historia con el nombre de nuestra ciudad, una vez que abandonaron su primera ubicación en San Fernando. Aquellas Cortes dejaron para la posteridad dos textos de una trascendencia incomparable: el Decreto de Libertad de Imprenta de 10 de noviembre de 1810 y la Constitución de Cádiz de 19 de marzo de 1812.
Doscientos años después, la mirada del siglo XXI nos podría llevar a minusvalorar aquellos textos. Es cierto que en la Constitución de Cádiz quedan aún lejos de contemplarse conceptos esenciales de los derechos humanos como la soberanía popular, la libertad de culto, la democracia, etcétera. No obstante, la enseñanza de aquellas Cortes para la sociedad actual es enorme.
Conviene tener en cuenta que las Cortes de Cádiz se celebraron en un entorno absolutamente crítico. España invadida por un ejército extranjero, el monarca encarcelado y nuestra tierra como único lugar seguro donde podían reunirse los diputados. Pero aquellas Cortes no se dejaron llevar por el fatalismo que les rodeaba sino que dieron a luz unos textos rupturistas con la sociedad estamental, un sistema más igualitario que abandonaba la soberanía divina y en el que el Gobierno se debía convertir en garante de la felicidad de los individuos puesto que, como decía el artículo 13 de la Constitución de Cádiz «el fin de toda sociedad política no es otro que el bien estar de los individuos que la componen».
En la actualidad el fenómeno de crisis resulta mucho más complejo. Crisis en primer lugar económica de un capitalismo cuyo único norte es el beneficio de unos pocos, que no tiene en cuenta al ser humano, pero cuyas consecuencias sufren más que nada los desposeídos, que hoy se ven aún más excluidos. Crisis también de todo un planeta asediado por un sistema de producción y consumo depredador y despilfarrador. Crisis humana sin precedentes, con mil millones de personas entre la subsistencia y la desesperación, sin que se muevan conciencias de quienes tienen en su mano el solucionarla, pero que prefieren acudir a salvar a la banca o a los especuladores. Crisis política, de representación y decisión democrática a los más diversos niveles. Crisis incluso, si se quiere, de representaciones, proyectos y mitos.
La sociedad civil asiste atónita a este proceso sin llegar a comprender si se ha detenido ya o en qué punto se detendrá. No hay ejército invasor pero los acontecimientos nos muestran a gobiernos, elegidos democráticamente, que a duras penas se tienen en pie ante los envites del verdadero poder, el poder económico, que harto de la pantomima de manejar títeres desde la sombra ha decidido tomar las riendas y, bajo el eufemismo de «los mercados», plantea que la salida a la crisis pasa por un capitalismo más implacable, que profundice en las desigualdades sociales, que restrinja los derechos, que se olvide de los que menos tienen para favorecer a los que llenaron sus bolsillos y no están dispuestos a repartir. Se llega a poner en cuestión, incluso, libertades como la de prensa, que ya contemplaban en sus textos las Cortes de Cádiz.
Ante la sociedad civil se plantean dos opciones. Una, la del fatalismo acrítico: aceptar lo que sucede en las altas instancias como una realidad que nos supera, con respecto a la que nada podemos hacer y ante la que solo nos queda conformarnos. Otra, la de la utopía. La de recorrer ese camino hacia la esperanza con la reflexión, la solidaridad y la justicia como ejes fundamentales.
Desde su fundación, hace ahora veinte años, por un grupo de personas liderado por Diamantino García Acosta, el cura de los pobres como justamente le llamaron, la APDHA se planteó el camino de la utopía de los derechos humanos. Pero nunca intentó siquiera hacer una defensa abstracta de los derechos humanos, tan fácil de desvirtuar y manipular, tan cara a gobiernos y poderosos por otro lado. Por el contrario nuestra seña de identidad, que hemos intentado mantener con el mejor acierto, ha sido la opción por los pobres, la opción por los excluidos. Priorizar el apoyo en muy diversos órdenes a los sectores sociales más desfavorecidos, denunciar las violaciones de los derechos de estas personas, mantener la cercanía y la empatía, sensibilizar sobre los derechos humanos, crear cultura de paz, justicia y solidaridad., fueron desde el principio tareas de la APDHA.
Las VII Jornadas Internacionales de la APDHA que comenzarán mañana se plantean en reconocimiento del legado de las Cortes de Cádiz con una visión esperanzada ante la realidad que sufrimos, defendiendo que en momentos convulsos como estos nos debemos involucrar en el esfuerzo de construir un mundo mejor, poner los cimientos de una nueva realidad repleta de cambios. Cambios a fondo, urgentes, imprescindibles, en una sociedad aquejada de múltiples dolencias, atravesada por múltiples crisis. Los derechos humanos son, llegados a este punto, un ideal necesario de utopía.