EL GRAN JUEGO DE LA NAVIDAD
Tenemos un centro comercial lleno de franquicias que no pueden hacerle la competencia a los multicentros de la Bahía porque aparcar en Cádiz es más difícil que acertar una primitiva con bote
Actualizado: GuardarA usted, que administra su casa como buenamente puede y le dejan, no hace falta que le diga que estas navidades van a ser, tal vez, las más cortitas -por no decir las más chungas- de cuantas ha conocido. Porque sí, usted ha vivido navidades con desaceleración, y navidades con crisis, pero nadie le dijo que eso eran sólo las orejas del lobo, y que el lobo, como le pasó a Pedro el del cuento, se presenta siempre cuando menos lo esperamos. A usted, que ya sabe que este año la paga extraordinaria tendrá un treinta por ciento menos de jamón y de marisco y de regalos, no hace falta que le diga que la navidad -dejando al margen otro tipo de connotaciones de carácter más privado- no es más que un estado de ánimo que se contagia velozmente y que nos obliga a comprar, a gastar, a decir y a comportarnos como verdaderos posesos de eso que llamábamos alegremente el «espíritu de la navidad». Pero este año, hasta el espíritu de la navidad se ha ido de parranda con el señor Scrooge y nos ha dejado compuestos y sin cartera. De todos modos, no se preocupe, que no hay situación que no pueda empeorar. Y aunque intuimos por dónde puede venir el empeoramiento, no hay nada mejor que tomarse esto como un juego, como el Gran Juego de la Navidad, que es como ha bautizado el Ayuntamiento a la campaña navideña de este año, a ver si de alguna manera somos capaces de negar la evidencia y rendirnos a los encantos de la mesa, los regalos y los villancicos -prueben con el de «saca la bota María que me voy a emborrachar», surte efecto-jugando con eso de la virtualidad que tanto nos gusta por aquí.
Juguemos. Virtualmente, tenemos el mejor centro comercial de la provincia, un centro comercial abierto donde se pueden encontrar las mejores marcas, los mejores descuentos, junto a una oferta gastronómica bastante atractiva, que se completa con uno de los mejores programas de ocio lúdico y cultural para niños y mayores. Unas calles peatonales, donde no hace falta el coche para trasladarse de un sitio a otro, iluminadas de manera extraordinaria que recrean el ambiente propicio para que las tarjetas de crédito y las monedas hagan su trabajo y sean la banda sonora perfecta de esta campaña de sensibilización navideña. Las redes sociales que tanto y tan bien manejamos, ejercerán de mensajeras y nos traerán al correo electrónico, al móvil, al iphone, todo un universo de descuentos. Cada día, como esos calendarios de adviento que hicieron furor hace unos años, se irán desvelando los grandes secretos del comercio gaditano. Las propuestas más atrevidas, los premios más sugerentes, el efecto multiplicador de la internet. Suena bien, ¿eh?
Pues ahora, dejemos de jugar. Tenemos un centro comercial lleno de franquicias que no pueden hacer competencia a los multicentros comerciales de la bahía porque aparcar en Cádiz es más difícil que acertar una primitiva con bote. Tenemos las principales calles del casco histórico llenas de tiendas de chinos -que no es incorrección política, es que no sé cómo llamarlas- y de establecimientos 'low-cost' -los dos locales de lo que fue Moral, están siempre llenos- que no podrán rebajar mucho más sus ya rebajadísimos precios. Tenemos un alumbrado 'extra-ordinario' -lo de El Puerto de este año sí que me parece arriesgado y maravilloso- que lo mismo anima la calle Ancha que cualquier otra -mejor no dar nombre- en la que no haya ni una triste tienda de desavíos, y todo para contentar a sabe Dios quién. Tenemos una pista de hielo -no es de lo peor, todo hay que decirlo- y a veces, grupos que intentan reanimar con sus voces lo que no está en coma, sino muerto. Tenemos a unos consumidores con la cartera vacía que miran más al céntimo que al futuro y que están dispuestos a recorrerse el área metropolitana con tal de conseguir duros a pesetas. Y tenemos el miedo metido en el cuerpo.
Pero habrá que jugar, porque jugar no cuesta dinero. Como tampoco costó anoche la noche en blanco -hay muchos gaditanos que suelen pasar, y no precisamente por gusto- de la cultura que, enmarcada en el Festival de Música Manuel de Falla nos permitió un año más subir de noche a la Torre de Poniente de la Catedral, uno de los rincones más hermosos de la ciudad, donde incluso puede olvidarse uno de Alemania, de Irlanda, de Zapatero -¿es posible olvidarse de Zapatero?- de la Junta y del recorte de la paga extraordinaria. Porque es allí arriba donde uno se siente pequeño, pero no empequeñecido. Allí arriba es donde todavía los tres mil años de historia son moneda de curso legal para comprar algo de felicidad. Donde descubre uno la dimensión exacta de esta ciudad y dónde, como en un juego, todavía es posible pensar en el futuro. No es quizá la manera más original de olvidarse de los problemas, pero sí la más gratificante. Pruébenlo alguna vez. Quizá no reactive el gasto, ni le solucione la campaña a los comerciantes, pero bajará usted de la torre un poco más reconfortado, más condescendientes con lo que le rodea y, a lo mejor, hasta con ganas de hacer un regalo. Si es así, no lo piense mucho. Todavía hay en esta ciudad quienes piensan que llevamos en los genes parte de nuestro pasado, como Javier Fornell que el pasado jueves presentaba una novela muy gaditana que se aparta -por fin- de todos los tópicos doceañistas. Una novela de piratas ambientada en el Cádiz del siglo XV en la que hasta el título es un desahogo 'Llamádme Cabrón'.