¿Artistas «subvencionados»?
| CATEDRÁTICO DE DERECHO MERCANTIL Actualizado: GuardarHace pocos días, el Tribunal de Justicia de la Unión Europea ha fallado parcialmente en contra del Reino de España en el asunto del canon digital. Esta sentencia viene a poner un poco de cordura en el asunto, pero en absoluto soluciona un problema que, en realidad, es manifestación de otro anterior y de más calado: el de cómo debe financiarse la creación artística. El canon, en definitiva, no es más que una forma de 'subvención' que el Estado concede a los artistas, trasladando su coste a los ciudadanos, y es esta medida, beneficiosa para unos y gravosa para otros, la que merece reflexión.
Sin duda el artista, como cualquier otro profesional independiente, tiene derecho a cobrar una remuneración por su trabajo. Cuestión distinta es que el Estado haya de encargarse de ella, por vías directas o indirectas. A mi juicio, esto es un error y una injusticia.
El recurso al poder coactivo del Estado en este caso supone un agravio comparativo respecto al resto de ciudadanos que deben ganarse el pan de forma más prosaica, o de manera también creativa, pero arriesgando su carrera y su patrimonio, sin colchones ni algodones. Que el trabajo encierra un componente de sufrimiento y penalidad lo dice el Génesis, con autoridad sobrenatural y venerable. Aunque existan afortunados, entre los que me cuento, que encuentran en su forma de ganarse la vida una fuente de satisfacción moral y espiritual, muchas personas preferirían, de poder hacerlo, dejar sus trabajos y dedicarse a otras tareas, lúdicas o artísticas, aplazadas o apartadas ante la imperiosa necesidad de laborar: dibujar, tocar la guitarra, cantar o escribir poemas.
Saco esto a colación porque en los últimos tiempos asistimos en España al espectáculo sorprendente de ver cómo los representantes del mundo «de la cultura» reivindican agriamente su derecho a vivir del «arte», con el respaldo de la maquinaria del Estado detrás. Y yo me pregunto, ¿es eso un derecho?
Pues no. No creo que exista un derecho a vivir del arte. Existe un derecho al trabajo, que es otra cosa, y que por cierto es a la vez una obligación. Quien se gana la vida mediante la creación artística debe ser adecuadamente remunerado si su producción cultural alcanza, a juicio de sus conciudadanos, el mérito o la calidad suficiente, como sucede con cualquier otro profesional que ofrece al público su servicio. Si algunos afortunados logran escapar del pro pane lucrando, tanto mejor para ellos, pero pretender hacer de esto un derecho, con cargo al contribuyente, es ir contra la realidad y la justicia social.
Pero, además de artificioso e insolidario, el fenómeno comentado es una idea perniciosa que distorsiona gravemente nuestra convivencia. Un Estado desarrollado debe fomentar la creación artística con un marco adecuado para que las personas más talentosas puedan crear. Pero 'subvencionar' incondicionalmente a cualquiera que afirme ser artista, no promueve un bien común, sino la aparición de una camarilla de estómagos agradecidos, dispuestos a reír las gracias del mecenas de turno. Al arte no le conviene depender del poder.
Si nos fijamos en algunos de los más grandes creadores de la historia, vemos que han sido pocos los que lograron obtener de su arte un mediano pasar. Muchos incluso, arrastraron una existencia desgraciada y menesterosa, que sin embargo no les impidió producir, porque el verdadero artista, en realidad, no puede hacer otra cosa. Él es más fruto de su talento que al revés. ¿Cuántos músicos, escritores o pintores crearon su obra inmortal en los ratos libres que les dejaban clases interminables o las tareas más diversas, hasta que en algún momento, generalmente ya cercano al final de sus vidas, pudieron encontrar algo de prosperidad directamente relacionada con sus aspiraciones más íntimas?
Pío Baroja, al comienzo de su novela 'El mundo es ansí', nos dice que 'El arte es un mullido lecho para los que nos sentimos vagos de profesión. Cuando uno comprende esta verdad se proclama a sí mismo solemnemente artista, escritor o pintor, músico o poeta'. Quizás con carácter general la declaración sea excesiva, pero en muchos casos esconde una cierta verdad, sobre todo en España, donde desde el siglo XIX el artista goza de buena prensa y creciente estima -sobre todo autoestima- e influencia social. Hoy, amparados en esta forma de poder secular, una casta de creadores pretende mantener privilegios, no siempre merecidos, acogiéndose a la conveniente protección del poder político.
¿No encierra esto en sí mismo una contradicción? El Arte suele tener un componente subversivo que casa mal con los intereses del gobernante. Los creadores y las organizaciones que con tanto furor los representan, deberían dirigir su esfuerzo hacia la búsqueda de nuevas fórmulas retributivas, acordes con el imparable desarrollo tecnológico. La industria del entretenimiento sigue anclada en modelos de negocio caducos. Negar, a golpe de recaudación pública, la evidencia del cambio experimentado por el mercado es un atropello jurídico, político y social. El Arte fluye desde la necesidad de ser y de decirse, no desde la de tener; su impulso es el talento humano para entender sintiendo, no el lucro. Naturalmente, cabe que el trabajo artístico se mercantilice y forme parte de la industria del entretenimiento, y cabe incluso que en ese proceso sobreviva como arte, pero en tal caso la coherencia exige el sometimiento a las reglas de los negocios. No se puede gozar de los beneficios del mercado, sin asumir sus riesgos y el reto continuo que exige su naturaleza cambiante.
Ganarse la vida con cualquier oficio y además crear, parece incompatible, y hasta deshonroso. Otros consideramos que lo vergonzoso es pretender vivir del cuento a costa de los demás y pervertir la naturaleza misma del arte. Por eso, no debemos hacer mucho caso al coro de plañideras que últimamente augura el ocaso de la cultura. El hombre seguirá creando, y una de cada diez mil, o cien mil, de sus creaciones alcanzará el rango de obra de arte, con o sin subvenciones, con o sin SGAE y con o sin Ministerio de Cultura. Claro que hablo de arte, no de cultura oficial.