Un surcoreano residente en la isla atacada observa los escombros de lo que fue su casa, destruida por los obuses de la artillería de Corea del Norte. :: AP
MUNDO

EE UU responde al desafío norcoreano

Envía un portaaviones y cuatro destructores al mar Amarillo para reforzar las maniobras conjuntas que llevará a cabo con Seúl

PEKÍN. Actualizado: Guardar
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Lejos de amilanarse con el brutal ataque del martes a la isla surcoreana de Yeonpyeong, el Gobierno de Seúl y su principal aliado, Estados Unidos, van a plantarle cara al último desafío del régimen dirigido por Kim Jong-Il con unos 'juegos de guerra' que se iniciarán el domingo y durarán hasta el miércoles. Tras haber decretado la alerta máxima, el presidente de Corea del Sur, el conservador Lee Myung-Bak, habló por teléfono después del bombardeo con su homólogo estadounidense. Como han hecho todos los inquilinos de la Casa Blanca desde los tiempos de la Guerra Fría, Barack Obama le prometió todo su apoyo para trabajar «hombro con hombro» ante esta nueva crisis.

Presionados por la opinión pública y los medios de comunicación surcoreanos, que piden sangre y critican la tibieza de la respuesta a las constantes provocaciones de Pyongyang, Seúl y Washington han decidido seguir adelante con sus maniobras militares conjuntas en el mar Amarillo, a solo cien kilómetros de la isla atacada. Con 75 cazas de combate y una tripulación de 6.000 marineros, el portaaviones nuclear 'USS George Washington' zarpó ayer del puerto japonés de Yokosuka rumbo a las turbulentas aguas coreanas. Le escoltan los destructores 'Stethem' y 'Fitzgerald' y los cruceros 'Cowpens' y 'Shiloh', que se unirán también a los ejercicios navales. «Se trata de unas maniobras de naturaleza defensiva. Aunque planeadas mucho antes del bombardeo sin provocación de la isla de Yeonpyeong, demuestran la fuerza de la alianza entre Corea del Sur y EE UU y su compromiso con la estabilidad regional a través de la disuasión», anunciaba ayer un comunicado de la VII Flota americana.

Seguir adelante con las maniobras no solo enfurecerá al régimen estalinista de Pyongyang y añadirá más leña al fuego que todavía arde en la península coreana, sino que amenaza con irritar también a China. El 'USS Washington' tenía previsto intervenir en unas maniobras similares en julio, poco después de la muerte de 46 marineros surcoreanos en el hundimiento de su corbeta, al parecer, por un torpedo norcoreano. Pero la presión de Pekín influyó para que los ejercicios con tiro real se desarrollaran finalmente en el mar de Japón, y no cerca en el Amarillo, como estaba programado en un principio.

Cuerpos calcinados

Para congoja de sus habitantes y escarnio de los mercados financieros, la tensión continuará durante los próximos días en esta pujante zona del noreste de Asia, donde la refriega está a punto de desencadenar una guerra. A los dos soldados de Corea del Sur fallecidos y la veintena de heridos que dejó el ataque se sumaron ayer otras dos víctimas, halladas calcinadas entre los escombros en Yeonpyeong. Según la Policía, se trata de dos civiles de unos 60 años que perecieron bajo los obuses de la artillería norcoreana, que se enfrenó durante una hora con las tropas del Sur acantonadas en la isla. En pleno siglo XXI, sus aterrorizados vecinos creyeron retrotraerse en el tiempo seis décadas, a los años del primer conflicto de la Guerra Fría librado por ambos países. Unas imágenes que parecían más propias de Afganistán o Irak que de la próspera y desarrollada Corea del Sur, el 'tigre asiático' que ya es la decimoquinta economía mundial y hace dos semanas acogió a los principales mandatarios en la cumbre del G-20. Al menos 700 de los 1.500 habitantes de Yeonpyeong han sido evacuados. En su mayoría, son pescadores de cangrejos que se ganaban la vida faenando a once kilómetros escasos de la frontera con Corea del Norte.

Un destino de alto riesgo, como comprobaron cuando cayó sobre sus cabezas una lluvia de 170 obuses, de los que 80 hicieron blanco y destruyeron 19 casas. A tenor de las imágenes tomadas por el Gobierno y difundidas por las agencias, las viviendas de las playas más cercanas al país estalinista han quedado reducidas a cenizas y los escombros se apilan en las calles.

«Escuché las bombas silbando sobre mi cabeza y luego ardió una montaña entera», explicó Lim Jung-Eun, una de las primeras refugiadas en llegar al puerto de Incheon. Como el resto de sus vecinos, esta mujer de 36 años huyó del infierno en que se convirtió su isla en barcos pesqueros y ferries de pasajeros con sus tres hijos, uno de solo nueve meses. En Incheon, donde se levanta el principal aeropuerto de la capital surcoreana, les esperaban sus angustiados familiares, ansiosos por reunirse con ellos tras conocer las aterradoras noticias del bombardeo. «Estoy preocupado por mi hijo porque Corea del Norte no ha cambiado y siempre ha lanzado provocaciones cerca de la isla», declaró otro hombre de 68 años apellidado Kim que aún recordaba la guerra de principios de los cincuenta entre los dos países. Para repeler futuras refriegas, el Ejército surcoreano desplegará más cañones en Yeonpyeong.