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DIMISIONES IRREVOCABLES

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Cada día se quitan la vida nueve personas en España. No es que corramos el riesgo de quedarnos sin compatriotas, pero la cifra empieza a alarmar a los psiquiatras que ven con preocupación cómo su sofá puede quedarse huérfano. De los que optaron por irse antes de tiempo, casi el 78% eran hombres, pero quizá no debiéramos deducir de ese dato ninguna de las dos cosas aparentemente más fáciles: que las mujeres son más valientes y soportan la adversidad en un mayor grado y que los hombres somos más sensibles. Aunque ofrezca sus apasionantes variedades, no hay más que un género: el género humano. ¿Por qué muestra más prisa en abandonar su residencia en la tierra los hombres? Se sabe que es la más dolorosa forma de conocimiento, que los sucesos son menos influyentes que la manera en la que los aceptamos. Hay quienes toman la resolución de irse de este planeta porque lo ven todo negro. A otros les mueve el 'ansia de infinito' o la desesperación por lo inmediato, pero no hay que descartar la esquizofrenia que nos incluye a los que seguimos queriendo estar vivos.

En las épocas de crisis, la gente quiere vivir más tiempo. Se conoce que experimenta una mayor curiosidad y desea estar viva para cuando cese la penuria poder festejarlo. Las personas bien informadas, que somos muchas, y las demasiado informadas, que somos aún más, sufrimos una sobreabundancia de desaliento: unas veces es porque nos enteramos de que Corea del Norte tiene una planta con 1.000 centrifugadoras para enriquecer el uranio y otras porque nuestros políticos tienen más de cuatro o cinco mil argumentos para enmascarar la verdad. «Aprecio más a un tipo cualquiera que se suicida, que es un poeta vivo», dijo Ciorán, que decidió vivir para ser apreciado por la posterioridad. Si yo fuera capaz de aconsejar diría que no hay que impacientarse. La vida es cualquier cosa menos aburrida.