MUNDO

MISTERIOS NORCOREANOS

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Cuando Barack Obama, apenas sentado en la Casa Blanca, nombró al profesor Stephen W. Bosworth, el legendario decano de la John Fletcher School, como su representante especial para Corea del Norte, quedó claro que el presidente veía el asunto como prioritario y lo ponía -con el mecanismo del 'enviado especial'- al nivel de la crisis de Oriente Próximo (enviado especial Mitchell).

Y era verdad, con un matiz: mientras sus predecesores habían adelantado poco en Oriente Medio y padecían una especie de fiebre pro-israelí de difícil curación, Bush y su equipo sí negociaron con éxito y perseverancia con Corea del Norte y lo hicieron vía Pekín, es decir, como hay que hacerlo. Se creó un mecanismo multilateral (las dos Coreas, China, Rusia, EE UU y Japón) que fue bautizado oficiosamente como 'foro de Pekín'.

El entonces secretario de Estado adjunto para Asia Oriental-Pacífico, Christopher Hill, alcanzó un arreglo global que ponía más o menos bajo control la dimensión clandestina y militar del bastante avanzado programa nuclear de Corea del Norte. Hillary Clinton lo recuperó dándole nada menos que la embajada en Bagdad, pero la administración demócrata no tocó ni una coma de los acuerdos ni revisó el procedimiento multilateral, por lo demás tan grato a Obama. O, si se prefiere, al primer Obama.

Una fotografía hizo entonces historia: la voladura controlada de la torre de refrigeración del laboratorio atómico de Yongbyon, centro del programa nuclear norcoreano. Un acuerdo que incluyó generosas contrapartidas en asistencia material, petróleo y medicamentos y un cordial programa de reunificación de familias con los primos -y hermanos a veces- de la mitad sur de la península hizo el resto. Todo parecía ir bien.

Pero la salud del 'inspirado líder' Kim Jong-il se deterioraba rápidamente y así -y no hay espacio aquí para los matices- las corrientes clientelares, familiares y del import-export del régimen, que las hay, se enzarzaron en discusiones internas que fueron finalmente responsables de una revisión inesperada del buen clima alcanzado y del principio de normalización. Volvieron los incidentes y ya con el inesperado sucesor, Kim Jong-uno, hijo menor del saliente, en la primera línea, se produjo el gravísimo incidente de marzo, mucho peor que el de ahora: un torpedo norcoreano hundió, según una conclusión técnica independiente, una corbeta surcoreana y causó la muerte de 42 marinos.

El Sur, con una sangre fría que honra a su Gobierno, apretó los dientes e hizo lo único que podía: esperar y pedir -y obtener- solidaridad diplomática internacional. Ahora, en este contexto, el súbito ataque es otro gesto absurdo aparentemente destinado a dotarse de una imagen de firmeza cara a la segura reanudación de las negociaciones. Con Pyongyang, aparentemente, el mundo, incluida China, único factor con autoridad para influir en las cosas, debe resignarse a recibir sustos ocasionales y convertirlos en crisis localizadas, temporales y aislables.