Los domingos, milagro
Actualizado: GuardarAnda ya las elecciones catalanas. Pueden buscar las excusas que quieran y blindarlas con conceptos sagrados (seguridad pública, respeto a la democracia...) pero son falsas. El mayor partido del deporte con más seguimiento en España, el Madrid-Barça, nada menos, se jugará un lunes porque la demente dirección conjunta de este espectáculo y las aún menos sensatas cadenas de televisión decidieron hace ya muchos meses que ese día, el primero de la semana, el antipático por excelencia, era hábil para la agenda, en una aberración que sólo viene a culminar la interminable retahíla de abusos sobre los aficionados, esos ciudadanos que deciden pagar por un entretenimiento que han elegido como una de las más importantes tonterías a la hora de buscar evasión y/o diversión.
Esa serie de profanaciones balompédicas se aprovecha de la necesidad de renovar el circo de vez en cuando para colar más y más barbaridades que sólo propician beneficio a una de las partes (la que suministra la oferta) y pisotea la demanda (el aficionado pringado). Vale que las competiciones europeas cambiaran de nombre y formato. Bien está que el sábado sea ya el día con más partidos. Nadie va a rasgarse las vestiduras ya porque las camisetas parezcan una página de anuncios por palabras. Traga uno por casi todo, pero este juego, como todos los antiguos, está basado en una liturgia que se puede retocar o adornar, pero no adulterar. Si se hace, los motivos para el rechazo y la distancia ganan terreno. Sobre todo, si esos cambios del ritual afectan a los hábitos del usuario.
De todos los cambios posibles en el espectáculo del fútbol y sus alrededores, ninguno más molesto que el de las fechas y los horarios. Ya resultaba inexplicable que en España, como norma, muchos encuentros comenzaran a las 22 horas, cuando más de media Europa está acostada, y que pretendamos que haya niños en el campo. Algunos equipos visitantes han llegado a protestar. Ya hubo que habituarse, hace lustros, a lo de la Copa de Europa (sí, qué pasa, el nombre antiguo) los martes. Ya resulta ridículo que las retransmisiones televisivas se hayan convertido en retahilas de chascarrillos sin gracia, cuñas de autopromoción, anuncios de la película siguiente, exageraciones insufribles y comentarios que nada tienen que ver con el juego. Allá sus directivos y trabajadores si la prensa especializada ha degenerado en un conjunto de textos escritos por idiotas que piensan que todos sus lectores son tontos de baba, salidos que atraer con la foto de una maciza y forofos infantiloides capaces de creer cualquier chisme, interesados por todo menos por el juego.
Vale que haya que aguantar toda esa porquería entre corrupta, analfabeta y avariciosa, esa morralla (el sector veterano local es cosa fina) con sólo elegir bien el dial, el periódico que se compra, la web que se abre, con quitar el volumen de la tele durante el partido, seleccionar la bebida y poner de fondo a Sinatra, Green Day, Camarón, Keane o Radio Futura.
Pero de lo que resulta imposible escapar, lo que no se puede elegir, es el horario y la fecha de los partidos. Un lunes. A las nueve. Es la demostración de que los intereses empresariales están por encima de los de la clientela. Como poner partidos de Segunda A los viernes. A los asistentes a los estadios se les pide que paguen un dineral por adelantado por un abono para ver espectáculos que no saben si se programarán en días laborables o festivos, en viernes, o sábado, o domingo, o lunes, o martes, a las 12 de la mañana, o quizás a las 10 de la noche. Nadie piensa en que mucha gente vive de lunes a viernes en una ciudad y sábados y domingo en otras, que tiene otras aficiones, compromisos, obligaciones, preferencias. Qué más da. Se trata de meter fútbol todos los días, a todas horas, como si los aficionados fueran capaces de ver tres partidos al día (¿qué memo es capaz de hacerlo, de ver tres películas un mismo día, de leer una novela en una sentada como si fuera una competición? ¿hay forma más directa de eliminar el disfrute que el empacho?).
Los que pasen del fútbol pensarán que se trata de un estúpido problema de fácil solución. El que esté molesto, que no vea el Barça-Madrid el lunes. Este asunto no merecería la menor mención de no ser porque representa la mezquina evolución que han tenido muchos servicios en este país desde la maldita hora en que empezó a hacerse rico sin dejar de ser cateto.
Esto del fútbol es comparable con la evolución de sectores como la telefonía, los medios de comunicación, la banca, la hostelería... Esto del lunes al gol es una versión más de la filosofía que pone la usura de la empresa por encima de la dignidad del usuario. Hemos pasado del repulsivo extremo del «cliente siempre tiene la razón», dado a servilismo y excesos, al igualmente repugnante «son lentejas, si quieres, las tomas... Porque esto es lo que hay». Queda esperar una caída del consumo, una insumisión sorda y particular de millones de clientes anónimos, pero tampoco cabe confiar mucho en ella. Quizás llegue dentro de unos años. Torres más altas (distribuidoras de cine, discográficas...) cayeron.