EMPIEZA LA PARTIDA EN CATALUÑA
Zapatero no cree que el 28-N sea un anticipo de lo que pasará en 2012; Rajoy, en cambio, afronta estos comicios como el primer test para llegar a la MoncloaLos socialistas luchan por evitar el descalabro en su segura derrota y el PP aspira a dejar de ser comparsa
Actualizado: GuardarSocialistas y populares encaran la campaña catalana con objetivos muy distintos. El PSC trata de sortear el batacazo mientras el PP aspira a ser decisivo para el cambio de gobierno. Los socialistas dan por segura la derrota de José Montilla, pero se niegan a admitir que esos resultados sean el preludio de las generales de 2012. Los populares, en cambio, hacen una lectura nacional de estos comicios, convencidos de que serán un primer test para medir las posibilidades del desembarco de Mariano Rajoy en el Palacio de la Moncloa.
El alma de los socialistas está dividida. No es ningún secreto que en los cuarteles generales del PSOE se recibió con hondo disgusto la decisión de José Montilla de reeditar el gobierno tripartito con Esquerra Republicana e Iniciativa per Catalunya tras los comicios de 2006. José Luis Rodríguez Zapatero habría preferido que Artur Mas ocupara la Generalitat porque eso habría facilitado, a juicio de no pocos socialistas, la gobernabilidad de España. Pero el hecho de que un Ejecutivo de CiU sea visto con buenos ojos, no invalida la preocupación ante un sonoro descalabro del socialismo catalán que, a la postre, puede pasar factura al propio presidente del Gobierno.
Los socialistas admiten que si la derrota es «sustancial» en lugares clave como Barcelona no podrán ahorrarse la lectura de que ha comenzado el declive. Ya ocurrió en 2009, cuando perdieron Galicia, y a los pocos meses, las elecciones al Parlamento europeo. Solo que en este caso, es aún más lo que está en juego porque Cataluña es territorio emblemático para el PSOE.
Nada menos que 25 de sus 169 diputados en el Congreso provienen de esta comunidad que es, junto a Andalucía, el pilar sobre el que Zapatero asienta su mayoría. Con todo, el nerviosismo en la dirección socialista es moderado. Ya sea porque han tenido tiempo para asimilar la pérdida de la Generalitat, pronosticada por los sondeos desde hace meses, o porque sus encuestas indican que la trompada no tendrá una traslación a las generales, los socialistas andan estos días más preocupados por el alarmante mapa municipal que se les avecina.
Desde la dirección del PSOE subrayan que el desencanto con el PSC les es, en buena medida, ajeno. «Vamos a tener la mayor distancia de voto en autonómicas y generales de nuestra historia», asegura un miembro de la ejecutiva. En realidad, siempre ha habido un amplio margen de diferencia. Primero, porque los votantes socialistas de Cataluña se movilizan más en los comicios nacionales, porque los sienten más suyos, que en los catalanes. Además en las generales se produce un voto útil anti PP. Entre 300.000 y 400.000 votantes, de los 1,6 millones que apoyaron a Zapatero en 2008, eran de Esquerra o Iniciativa, según los cálculos de los socialistas catalanes.
«No todo es malo»
La tesis de algunos socialistas, en todo caso, es que esta vez la brecha será mayor porque «el cabreo del 50% del electorado es con el tripartito y, por lo tanto, el 'castigable' es el PSC». Este análisis lleva a un veterano estratega a afirmar que, aunque Zapatero se juega «mucho» en estos comicios, «no todo es malo». «El castigo al tripartito puede ser el anuncio de una reconciliación posterior de los votantes socialistas con el PSC», sostiene.
Hay elementos en el barómetro del CIS publicado el viernes que abonarían esa visión: ni siquiera dos de cada diez votantes del PSC en 2006 creen hoy que la gestión del Gobierno de Montilla con ERC e ICV haya sido «buena», pero entre quienes votaron al PSOE en 2008 la sensación es aún más negativa, casi tres de cada diez la tachan de «mala o muy mala». Con todo, lo más llamativo sería que sólo el 43,6% de quienes apoyaron a Zapatero hace dos años dicen sentirse representados por el PSC.
No es casual que Montilla haya pasado de ponerse al frente de la manifestación contra la sentencia del 'Estatut' a prometer que no pactará con quienes pretenden «aventuras» independentistas. Y tampoco lo es que los responsables de sus campañas hayan pasado de decir que no querían ver a Zapatero ni en pintura durante la campaña a dar la bienvenida a todo el Gobierno. Allí estarán el jefe del Ejecutivo en tres mítines, José Blanco, Felipe González y también Alfredo Pérez Rubalcaba, Ramón Jáuregui, Carme Chacón y Ángel Gabilondo.
El objetivo es movilizar a un electorado que, dice una dirigente socialista, «está vago». Porque, pese a los paños calientes, nadie sonreirá el 28 de noviembre en el PSOE si el batacazo del PSC es monumental. Pero por si el partido madre tiene la tentación de dejar caer a los 'hermanos' catalanes, desde el PSC advierten: una vitoria de CiU abre una espita al pacto entre Artur Mas y Mariano Rajoy, y posibilita una alianza que podría allanar el camino al PP en las generales, libre ya de su imagen de partido montaraz incapaz de tejer alianzas.
Poco que perder
El PP, entretanto, quiere convertir las elecciones de Cataluña en el primer paso de Rajoy hacia la Moncloa. Los populares tienen mucho que ganar y poco que perder en unos comicios en los que se juegan dejar el papel de comparsa para desempeñar el de socio determinante. Rajoy quiere que su formación sea decisiva para un cambio de gobierno como el que auspició en el País Vasco, aunque con connotaciones políticas diferentes. El PP contribuyó en Euskadi a desalojar del poder a los nacionalistas del PNV para que gobernasen los socialistas; mientras que en Cataluña pretenden desbancar al PSC y aupar a CiU.
Los nacionalistas son la opción del PP porque, además de propiciar la alternancia, reforzarían los vínculos entre ambas fuerzas, una proximidad que podría ser clave si Rajoy gana las próximas generales. El líder de la oposición lleva dos años trabajando las relaciones con CiU para abonar un terreno que era un pedregal para su partido por la herencia de enemistades que sembró José María Aznar.
Los populares, a diferencia del acuerdo que alcanzó Antonio Basagoiti con Patxi López en Euskadi, no se conformarían con la presidencia del 'Parlament' en un hipotético acuerdo con la federación que lidera Artur Mas, sino que pretenden tocar poder siempre que sus votos sean decisivos, una hipótesis que cada día es más probable por el lento pero persistente retroceso de CiU en las encuestas. El PP cuenta con 13 diputados y aspira, según sus cuentas, a 16 o 17, aunque el cálculo realista apunta a que a lo sumo ganará un escaño.
El partido de Rajoy nunca lo ha tenido fácil en Cataluña. Su vivero electoral, antinacionalista y conservador, es muy rígido y con pocas vías de expansión. En esta ocasión, aspira a rebañar sufragios del sector menos nacionalista de CiU, asustado ante la deriva soberanista de algunos de sus dirigentes, y también del votante más españolista del PSC, escarmentado con la experiencia del tripartito.
El PP, en cualquier caso, pisa tierra hostil, aunque cada vez menos. Hace cuatro años, Rajoy se movía escoltado por los Mossos d'Esquadra, ahora ya no es así. Su frecuente presencia en tierras catalanas, el hecho de contar con una candidata, Alicia Sánchez-Camacho, con leve aroma catalanista, y, sobre todo, el abandono del antinacionalismo como banderín de enganche, han contribuido a normalizar la percepción que se tiene de los populares.
No es menos cierto, sin embargo, que la decisión de recurrir el 'Estatut' ante el Tribunal Constitucional y, sobre todo, que la sentencia rebajara el autogobierno le han granjeado a los populares nuevas enemistades. Pero también es un hecho que, como vaticinó Rajoy, el debate del 'Estatut' se ha desinflado con el paso de los meses, pese a los intentos del PSC por resucitar el asunto y recordar que el PP lo recurrió.