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Correr

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Ignoro si el origen de esa creciente afición a correr estriba en los éxitos mundiales que últimamente están protagonizando nuestros representantes españoles en las competiciones de motos, de automóviles o de bicicletas, pero tengo la impresión de que, en la actualidad, está aumentando considerablemente el número de los ciudadanos que, en diferentes vehículos o a pie, experimentan unos irreprimibles impulsos de emular a Jorge Lorenzo, a Pedrosa, a Marc Márquez, a Fernando Alonso o a Alberto Contador. Quizás ésta sea una de las razones por las que se ha perdido esa tradicional costumbre de pasear tranquilamente por la «vuelta gaditana»: por las calles comerciales de Prim, Topete y Columela, San Francisco, Ancha y Nueva, como cantaban las niñas cuando, ya hace muchos años, saltaban al cordel.

Es posible, también, que correr se haya convertido en la metáfora de esta vida tan agitada y competitiva que, por inercia, nos sentimos obligados a llevar. Algunos me dicen que corren para mantenerse en forma física, pero a mí me parece que esa manera de correr obsesivamente sin parar también puede ser una forma de escaparse de uno mismo y de huir de los retos más importantes de la existencia. Es posible que algunos, descontentos con sus vidas, corran para evitar tener que cambiar de rumbo y otros, temerosos de que alguien les pida ayuda, prefieran escaparse. Tengo la impresión, sin embargo, de que una de las consecuencias más generalizadas de estas carreras es que pasamos la vida sin disfrutar del paisaje que nos rodea, sin darnos cuenta de las cosas buenas, bellas y amables que están delante de nuestra vista. La disminución o la carencia de la capacidad de admiración son claros síntomas de envejecimiento y de decrepitud, pero también pueden ser las consecuencias de las prisas y de las precipitaciones.

Creo que, para aprovechar el jugo de la vida, deberíamos tranquilizarnos con el fin de vernos por dentro y de valorar la realidad que nos rodea; sin admiración, la vida es anodina y puede llegar a perder su sentido. Pero, no olvidemos que, para admirar hemos de aprender a descubrir ese algo nuevo que todos los seres encierran; es necesario poseer un alma sensible para penetrar en el fondo de las cosas y para descubrir sus mensajes: para aprovechar y para disfrutar de nuestro escaso tiempo humano -de los minutos, de las horas y de los días-, deberíamos ralentizar el ritmo de nuestras acciones y detener las pulsaciones de las sensaciones.