Sociedad

Buscando la creación 'oryginal'

El padre del Postimo deja una producción literaria marcada por la heterodoxia

CÁDIZ. Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

Pregunta: «¿Carlos, te han violado muchas veces?» Respuesta: «Hombre, hay de todo». Por esos caminos insólitos, entre el surrealismo practicante y la pura extravagancia, transcurrían las intervenciones públicas de Carlos Edmundo de Ory, «escritor alienígena», «maestro diletante», «inventor de palabras» y «medium del verbo», según algunas de las definiciones recabadas entre sus viejos compañeros de armas. Quien esperara de cualquiera de sus 'clases magistrales' una lección al uso sobre procesos, causas y técnicas creativas, no conocía la capacidad del «jefe de la banda» -bautizado así por Francisco Nieva-, para convertir en un juego ocurrente y retórico cualquier aparición, por muy académica y árida que ésta se presentara.

La clave para descifrar la vida y la obra de Carlos Edmundo de Ory pasa por entender una verdad: en su caso, ambas cosas son lo mismo. En sus diarios, el poeta gaditano reconoce que «el artista y el hombre forman una entera unidad». A continuación defiende que «puede haber un hombre que no sea un artista, pero jamás habrá un artista que no sea un hombre».

No es que los límites entre el creador y la persona se confundieran, es que sencillamente no existían. Eso le permitió cultivar la literatura sin necesidad de escribirla.

Ory era consciente de que se adelantaba a su tiempo. A finales de la década de los 50 advirtió que «su obra no sería reconocida hasta 20 años después», como de hecho ocurrió. La primera vez que llamó la atención de cierta crítica y consiguió hacerse un hueco entre lectores «con la sensibilidad muy educada y la mente más abierta de lo habitual», fue tras la edición de su antología, 'Poesía 1945-1969', a cargo de Félix Grande.

Alternativo a todo

La suya fue y será una poesía libre, alternativa a todo, que latía siempre al margen de las tendencias imperantes y pasajeras. Ese ansia por romper con lo establecido fue el que le llevó a cofundar el Postismo junto a Eduardo Chicharro Briones. Se trataba, ni más ni menos, que de superar la larga lista de 'ismos' anteriores con una sola corriente capaz de limpiar las letras de cualquier amago de ortodoxia.

En 1951 inició una nueva etapa en su poesía con la publicación del manifiesto introrrealista. En él aboga por la creación de un arte que fuera la manifestación de la realidad interna del hombre, expresado en un lenguaje que «había de surgir como invención a partir de misteriosos estados de conciencia».

En los 60 y 70 vivió su periodo más fructífero. En 1963 regresó a la arena poética tras varios años de silencio con 'Los sonetos'. Erró por Francia y Sudamérica para a partir de 1969 publicar el resultado de sus nuevas introspecciones. 'Música de Lobo', 'Técnica y llanto', 'Los poemas de 1944', 'Poesía abierta', 'Metanoia', 'Lee sin temor', 'Energeia', 'La flauta prohibida', 'Miserable ternura', 'Soneto vivo' , 'Sin permiso de ser ángel' o 'Las patitas de la sombra' son algunos de los títulos que se sucedieron en su bibliografía.

Publicó también prosas como 'El bosque', 'El alfabeto griego', 'Basuras' y 'Del caballero, la muerte y el diablo'. Clausuró su obra tal y como la inició, con una colección de 'aerolitos', los certeros aforismos poéticos que facturaba sin descanso y algunos de los cuales leyó el día que dejó en 2007 su legado en la 'Caja de las letras' del Instituto Cervantes: 'La poesía es un vómito de piedras preciosas', 'La risa es el sexo del alma' o 'Soy el limpiabotas del verso'. Su herencia creativa reposa en dos cilindros de cartón en el compartimento 998, y no se abrirá hasta 2022.

De su azarosa vida dan cuenta, además, el millar largo de páginas de sus diarios, tres volúmenes con entradas entre 1944 y 2000. «Antes que 'diario' deberían llamarlo 'nocturnario', porque escribo siempre de noche», precisaba divertido de Ory. A sus obras completas las tenía por 'incompletas' por la sencilla razón de que «ninguna obra lo está nunca». «Pienso hacer sonetos desde la tumba, de modo que esas obras deberían incorporar mis poemas del más allá». Para definir su vocación de inquietud, se acuñó, incluso, un neologismo muy de su gusto: «Oryginal».

Su última cita editorial tuvo lugar en 2007, cuando publicó 'El desenterrador de vivos' un trabajo multimedia que incluía textos, un documental, docenas de dibujos y un disco con sus poemas interpretados por Aute y Fernando Polivieja.

«Amo el arte porque no me queda otra cosa, una vez que el mundo de la infancia propia ha desaparecido para siempre. Sólo este mundo vuelve para mí con el arte. Si ahora pudiera ser de nuevo niño, no necesitaría el arte, porque nada significaría para mí. Solamente como sustitutivo de la infancia, encuentro este gran gozo del arte y lo descubro siempre nuevo». Este extracto, también perteneciente a sus diarios, constituye quizá la mejor radiografía posible de las motivaciones últimas que llevaron a Carlos Edmundo de Ory a entregarse, sin remedio, a la vorágine de la creación.