![](/cadiz/noticias/201011/12/Media/carlos--300x180.jpg?uuid=2b06db14-ee28-11df-9c7f-2f03d9b349ca)
Adiós al inventor de palabras
Actualizado: GuardarCarlos Edmundo de Ory escribió sobre su muerte con el mismo afán de juego, las mismas ansias de rebelarse, de provocar, de reírse con las tripas, íntimamente y para todos, con que escribió de la vida. «Que me entierren vestido de payaso», disparó en uno de sus 'aerolitos'. No será así porque, según cuentan sus amigos, le pidió a su esposa Laura-Denisse Lachéroy, lejos ya de las 'boutades' literarias, que entregara sus cenizas al mismo mar que lo había visto nacer, la primavera de 1923, en la gaditana Alameda Apodaca.
El padre del postismo, grafómano compulsivo, artista plástico, epigramista, ensayista y traductor, considerado el último de los grandes vanguardistas españoles, falleció la madrugada del miércoles a los 87 años, a consecuencia de la leucemia que le habían diagnosticado en abril, poco después de su última visita a Cádiz. Fue en su casa de Thezy-Glimont, a las afueras de Amiens, en el Norte de Francia, donde todavía se aplicaba en 'pintar' sus últimos versos cuando el agravamiento de la enfermedad lo obligó a dejar la pluma, hace tan sólo unas semanas.
Su mujer Laura anunció ayer que sus restos se incinerarán durante los próximos días, en una breve y discreta ceremonia civil, y que posteriormente las cenizas del poeta se trasladarán a Cádiz, según su deseo, donde el Ayuntamiento y la Diputación han decretado un día de luto en señal de duelo y donde se constituirá la Fundación responsable de gestionar su legado.
Ory, Hijo Predilecto de Cádiz, de la Provincia y de Andalucía, llevaba la mayor parte de su vida residiendo en el extranjero, lejos de los cenáculos literarios y ajeno a los vaivenes de un mundillo en el que más de una vez confesó no sentirse cómodo. Coherente hasta el final con su principio indeleble de crear por crear, fiel a su máxima de un artista es «una constante orgánica», el medium que se hace eco de una pulsión involuntaria, y por lo tanto «carente de mérito propio», sólo aceptaba el reconocimiento de las instituciones en las escasas ocasiones en que los suyos lograban convencerlo. Ese carácter, independiente y heterodoxo, que lo mantuvo siempre al margen de las modas, las esclavitudes editoriales y las corrientes mayoritarias, es el responsable de que su figura no sea especialmente conocida en España, a pesar de la importancia incontestable de sus propuestas creativas.
Carlos Edmundo de Ory fue el segundo hijo del poeta modernista Eduardo de Ory y Josefina Domínguez de Alcahúd. Su familia, católica, pudiente e ilustrada, quiso que cursara sus estudios primarios en el Colegio San Felipe Neri. La influencia de su padre, fundador de algunas conocidas revistas literarias de la época, resultó fundamental para que con apenas quince años se iniciara en la poesía, siguiendo los pasos de los autores románticos y modernistas que tenía a su alcance, por los que siempre manifestó su admiración.
Jesús Fernández Palacios, escritor y amigo íntimo de este «genio mágico e irreverente», reseña la importancia del referente paterno. En 'Carta única a mi padre', Ory escribe: «Para mí, niño pequeño, tú eras el único poeta que había en el mundo. Y cuando me percaté de que existían otros poetas en todas las latitudes, y que yo mismo quería ser un poeta de verdad, comprendí que representabas un eslabón de la cadena de oro».
En 1944, después de la muerte de su padre y de que su familia se trasladara a Madrid, conoce a Eduardo Chicharro Briones, junto al que funda el Postismo, un movimiento autodenominado 'marginal' -al que después se sumó Silvano Sernesi-, cuyo nombre deriva de la contracción de postsurrealismo. Con sus tres manifiestos y sus dos revistas, Ory logra echarse encima a la censura, que no permite que las publicaciones pasen del número inaugural.
Asfixiado por la represión franquista y la grisura del ambiente cultural de la postguerra, harto de una sociedad que «penaliza la diferencia, la crítica, la alegría y el color» el poeta empieza a viajar a París con frecuencia gracias a una beca del Gobierno francés. Allí conoce a Denise Breuilh, con la que se casa en 1956, madre de su única hija, Solveig. Tras su divorcio, en 1967, De Ory se traslada a Amiens, donde comienza a trabajar como bibliotecario de la Maison de la Culture.
El provocador
Bajo el influjo del mayo francés, Ory convierte su residencia en el centro de la actividad de un importante grupo de intelectuales, pintores, escritores, músicos, actores y cineastas que comulgan con su mismo espíritu inquieto y revolucionario. El gaditano se entrega, entonces, a dinamizar, siempre desde la crítica, como un francotirador extraño y pertinaz, la vida cultural de su nuevo entorno. Al intenso programa de talleres creativos que desarrolla, hay que sumar su obcecación por «abrir las puertas». La calle es el insólito escenario de sus lecturas, de sus piezas más o menos dramáticas -siempre provocadoras, singulares, difíciles de encajar en cualquiera de las etiquetas al uso-, y también de sus montajes literarios colectivos, plásticos y musicales.
El 'ruido' que hizo, como 'portavoz' y cerebro del Altelier de Poésie Ouverte, fue tanto que acabó perdiendo su puesto de trabajo. La creación le requería «despierto y dormido», le llamaba «a cualquier hora, desde dentro», y entre sus viajes, sus publicaciones y sus paréntesis de entrega a la excentricidad, apenas le quedaba tiempo para la vida reglada.
Aun así, en 1972 comenzó a impartir clases de lengua y cultura españolas en la Universidad de Picardie, actividad de la que se jubiló a finales de los 80. En 1990 se trasladó a Thézy-Glimont, una pequeña localidad cercana a Amiens, donde vuelve a casarse con la artista Laure Lachéroy. Ya en el nuevo siglo, «tenazmente persuadido por sus amigos», empieza a ser reconocido en su tierra natal. En 2003, fue nombrado Hijo Predilecto de la Provincia por la Diputación de Cádiz, y posteriormente Hijo Predilecto de la Ciudad. En 2004, la Junta de Andalucía le otorga el Luis de Góngora por su brillante trayectoria. En 2006, recibe el título de Hijo Predilecto de Andalucía.
Fernández Palacios, uno de los amigos a los que Ory visitaba obligatoriamente cada vez que bajaba al Sur, y que hace pocos meses se trasladó a Thézy-Glimont para despedirse del escritor, le dedicó este 'retrato cinematográfico' al genio del sombrero negro y la melena insumisa: «Parece indómito -como James Dean-, diminuto y enérgico -como Buster Keaton-, maniático, colérico, sediento e irresistible -como James Cagney-, solitario, irónico e inteligente -como Woody Allen-, magnífico, duro, molesto y sarcástico -como Bogart-, torpe, cómico y adivino -como Klaus Kinski-, ingenuo y lujurioso -como Fatty-, distinto, adusto y ocioso -como Marlon Brando-, inquieto, temible y doliente -como Montgomery Clift-».
Para que no cupiera duda de que, como confesó a sus seres cercanos antes de fallecer, Ory le temía al dolor, pero no a la muerte, dejó escrita esta sólida declaración de intenciones en sus diarios: «Me gustaría apostar con alguien, jugándome la vida con ello, a que no existe 'tampoco' Dios. ¡Y otra cosa! Si hay alguien con quien me gustaría conversar de algo... Sería con los muertos».