El boxeador
Actualizado: GuardarEn el argot de la crítica literaria y cinematográfica, la palabra «tipo» viene a designar a un determinado personaje de ficción que, por sus características más o menos establecidas, resulta representativo de su género, condición o época. De ahí, que el cine y la narrativa presenten a menudo a personajes universalmente reconocibles, como la mujer fatal o el dondiego, a los que el lector o espectador, de manera inconsciente, asocia ciertos valores. Así, por ejemplo, la figura del loco «desfacedor de entuertos» vendría a reconocerse en la literatura española desde la aparición de Alonso Quijano en la obra inmortal de Cervantes, como antes la del pícaro en 'El Lazarillo de Tormes'.
Pero basta de fábulas, que en Cádiz disponemos de una larga tradición quijotesca: un elenco dramático de lo más variopinto, «tipos» de toda laya y condición, que rozan con frecuencia lo grotesco y cuyos motes no les van a la zaga. Por nuestras calles, deambulan personajes valleinclanescos, a menudo caricaturizados por el Carnaval, pero llenos de pulso literario. Ahí estaban, o están, Carlos «el Legionario» (y su particular Dulcinea, «la Pepa»), el atractivo «Troy», el «Maño» montaraz, la enamorada «Uchi», «el Cuco» deslenguado o el bailarín «Travolta», por citar sólo algunos. Y ¿quién no los recuerda?
Hace algunos meses, este mismo medio documentó la aparición de un nuevo personaje en el «Belén viviente» que es esta ciudad nuestra; su nombre era Kanako y Mabel Caballero la asociaba a la homérica y paciente Penélope. Ahora, un nuevo personaje entra en escena. Puede que lo hayan visto. Ignoro si dispone ya de mote, pero en caso contrario, no tardará en tenerlo. Se lo ve por las tardes, hacia eso de las ocho u ocho y media, dando la «Vuelta a Cádiz». Viste con camisetas de tirantes, las manos enfundadas en sendos guantes sin dedos, las piernas embutidas en finas mayas negras. Corre -pero no corre-, avanza, oscila, esquiva, recula y serpentea. Lanza puños al aire, uno, dos, uno, dos; el gesto grave, la mirada tensa (del todo pugilística), los ojos fijos en el contrincante que sólo él puede ver. Amaga y tira un gancho, y aún otro, y otro más, hasta que su adversario se desploma pesadamente encima de la lona. Nada que ver con Kevin Mariscal, promesa jerezana del boxeo al más alto nivel, pero genial también a su manera, digno de admiración y de respeto como todos aquellos personajes que pueblan nuestras páginas vitales y que son, en sí mismos, viva literatura.