Ciudadanos

«Llevamos veinte días sin poder hablar con ellos»

Las familias de acogida de niños saharauis están preocupadas ante la dificultad para contactar con los pequeños

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Hace 20 días que Manuel Montaño no sabe nada de sus hijos saharauis. No es el padre biológico pero tras cinco años acogiendo a Azma Salek y uno a Fahra Mohamed Ali se siente como si los hubiera visto nacer. «Cuando pasas tanto tiempo con una familia es muy difícil no sentirte parte de ella». Tanto, que también vive el conflicto como si él mismo estuviera acampado en el desierto y no puede evitar enojarse con la situación que está viviendo el pueblo saharaui. Ellos estuvieron en su casa pero Manuel también ha estado en la suya, ha compartido su jaima, su comida y sus costumbres. Sabe de lo que habla. «Están viviendo en muy malas condiciones» y no se refiere al hecho de que no tengan ni agua corriente. Habla de la falta de responsabilidades políticas y de una ayuda humanitaria que poco a poco empieza a disminuir. En el caso de la familia del joven Azma Salek, reciben tres kilos de habichuelas, otros tres de arroz y tres litros de aceite para alimentar durante un mes a nueve personas. «Simplemente, no es suficiente». A esto suma la falta de ingresos en efectivo. «Hay alguna tienda pero como no tienen donde trabajar no ganan dinero, así que lo que allí vale es el trueque, cambiar leche de cabra por un poco de harina para hacer pan».

Cree que su familia no está en los alrededores de Rabat aunque no lo sabe a ciencia cierta. «Sé que la familia de Azma Salek ha estado muy vinculada al movimiento que defiende la República Saharaui, incluso dos de sus tíos murieron en la marcha verde por lo que puede que se acercaran hasta allí días antes del asalto». Manuel tiene cierta esperanza de que no finalmente no acudieran, que sigan en Tinduf, aunque es difícil. «No lo sé porque desde hace 20 días es imposible comunicarse con ellos».

María Jesús Molina tampoco sabe nada de sus 'hermanos' Hamdi y Sidamed desde hace dos semanas. «Intentamos llamarlos por teléfono pero siempre dicen que está apagado o fuera de cobertura». Normalmente se comunican dos veces al mes a través de un locutorio o bien llamando al teléfono móvil que les regalaron este verano para aumentar el contacto. «En ninguno de los dos lados nos da línea, no hay conexión posible». También lo ha intentado a través del frente polisario donde trabaja el padre. Tampoco ha habido suerte. No hay ni rastro de ninguno de ellos.

De quien sí ha obtenido noticias es de su 'hermana' saharaui que pasa el curso en un internado de Argelia. «Después del asalto nos llamó para preguntarnos si sabíamos algo de Hamdi y de Sidamed, los dos niños que acogemos durante el verano. Ella también ha intentado hablar con Hamdi y Sidamed pero sólo ha podido contactar con su madre que está en uno de los campamentos más alejados».

Las últimas noticias que recibió María Jesús Molina datan de un par de semanas antes del asalto. «Nos contaron que estaban llegando más gente al campamento de El Aaiún y que el ambiente estaba algo inquieto». En la distancia, María Jesús no tiene otra opción que estar atenta a cada nueva información que sale, aunque éstas son más bien escasas. «Nos pasamos el día mirando páginas en internet y los informativos esperando a que llegue un nombre conocido en las listas de heridos». Una angustia que se incrementa ante la sensación de que «si han entrado en este campamento pueden hacerlo en cualquier otro y ellos no tienen nada para defenderse. Lo poco que tienen se lo arrebatan».