Futuro
Actualizado: GuardarLa última crisis económica ha puesto de manifiesto que el modelo de desarrollo que se ha venido sosteniendo sobre un castillo de naipes no era el más adecuado para la salud de nuestro planeta ni de los que habitamos en él. Con las heridas aún sin restañar, los políticos se han apresurado a declarar lo de siempre: que se ha cerrado un ciclo y en consecuencia las circunstancias en las que se ha venido desarrollando la economía mundial tenían que cambiar radicalmente. Vamos, lo mismo que decía el príncipe Lampedusa: «Es preciso que todo cambie para que todo sea igual».
Si estamos esperando a que los que ostentan el verdadero poder en el mundo -unos pocos centenares de personas- cambien de estrategia, cuando ésta de la que hablamos les ha ido tan bien, es que somos unos optimistas recalcitrantes. Y si los mandatarios políticos en los que depositamos nuestra confianza en forma de votos dan de sí lo que dan, hay que convenir en que, o somos nosotros, la sociedad civil, quienes hacemos frente a cuestiones como la que nos ocupa, o esto no tiene visos de solución.
No obstante, induce al pesimismo constatar que en los 2,5 millones de años que lleva la raza humana sobre la Tierra no hayamos sido capaces de idear y poner en práctica un sistema de comportamiento más respetuoso con nuestro planeta ni más justo para todos los que vivimos en él. Pero no nos dejemos llevar por tan negros pensamientos porque, al fin y al cabo, existe una familia de coleópteros a los que las leyes de la mecánica demuestran que no pueden volar, pero como ellos no entienden de mecánica, van y vuelan.