DONDE LAS CALLES NO TIENEN NOMBRE

TIEMPOS REVUELTOSPONER EN VALOR

Hace tiempo que tenía ganas de escribir sobre el vocabulario de los políticos, sobre el manoseo que suelen practicar sobre nuestra lenguaLa Junta ha ofrecido a sus empleados de Justicia trabajar horas extra por la tarde; quizá debería haberlo hecho con parados

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Hoy me he levantado guerrillero. Hay días en los que uno piensa que todo lo irresoluble tiene, en realidad, algún tipo de solución. Sólo hay que escarbar y buscarla donde otros no se atreven o no les apetece llegar. Es justo lo contario de lo que parecen hacer los políticos. Antes de darles estopa -es el colectivo peor valorado por los españoles junto con los periodistas- tengo que hacer introspección y apuntar dos cuestiones previas: en cierta manera, como periodista, me solidarizo con ellos y reconozco que en este país y en esta ciudad hay motivos para darles caña a ellos y a nosotros; además, me confieso de que tengo algún amigo político, con sus errores y sus aciertos, con ese insoportable halo de irrealidad y burocracia que rodea a los políticos, si, pero amigo mio al fin y al cabo. Una vez dicho esto tengo que apuntar que hace tiempo que tenía ganas de escribir sobre el vocabulario de los políticos, sobre el léxico del que hacen uso, sobre el manoseo que suelen practicar sobre nuestra lengua. Hay determinados clichés, determinadas expresiones y frases hechas que utilizan todos -no importa el partido, el signo o la ideología- que deberían ser constitutivos de una especie de delito contra la lengua española. Entre todas las barbaridades u homenajes a lo absurdo que nuestros políticos nos dedican con el lenguaje hay una referencia que destaca por encima de todas las demas, incluso por encima de las miembras que se sacó de la chistera nuestra entrañable ex ministra de Igualdad, Bibiana Aído. A mi particularmente lo que más me enerva es aquello de «poner en valor». Venga ya, hombre. ¿Qué me está usted contando? Lo de «poner en valor» se ha convertido en un latiguillo de nuestros políticos que lo aguanta todo. Es una cuestión meramente semántica, pero no es sólo eso. Desde el ministro más brillante hasta el concejal de Cuenca, todos se refugian en esta expresión para decirnos algo y al mismo tiempo no decirnos absolutamente nada. Por ejemplo, se me viene a la mente un tema que me ha provocado ciertas nauseas esta semana. El año pasado, entre los meses de diciembre y enero, como todos recordaremos, el cielo decidió caerse encima de las barriadas rurales de la vega del Guadalete. Vivimos las peores inundaciones de los últimos quince años, decenas de vecinos tuvieron que abandonar sus casas empujados por la furia del agua, muchos de ellos lo perdieron todo. Se quedaron, nunca mejor dicho, con lo puesto. Después de aquello se produjo la tradicional romeria de políticos. Todos, de uno y otro partido, de una y otra administración, fueron a arropar a los damnificados. A todos se les llenó la boca con promesas de ayuda y de indemnizaciones de todos los colores. Todos dijeron que las pedanías y barriadas rurales de Jerez conforman una zona que hay que «poner en valor». ¿Mande? Queda como muy bonito de cara a la galería, pero en realidad no nos están diciendo nada. Tanto es así, que pasado casi un año, la gran mayoría de los vecinos de El Portal han visto como les deniegan las ayudas que pidieron después de que el agua les llegase hasta el sobaco en sus propias casas. Es algo realmente lamentable ¿no creen? Un buen amigo, fotógrafo de prensa, me dijo el viernes que en El Portal van a recibir a babuchazos al primer político que tenga narices de poner un pie en la barriada después de lo que está pasando. No es para menos. Luego nos quejaremos de que la gente no tiene confianza en la política ni en las instituciones. ¿De qué nos extrañamos? Yo tampoco me fiaría nunca de un político que llegue a mi casa y me diga que todo lo que me rodea lo va a poner en valor. Menos milongas, por favor. Menos poner en valor, que ni ellos saben a que se refieren exactamente, y más cumplir los compromisos. A la gente hay que ayudarla. No basta con ponerse unas botas de agua hasta las ingles y hacerse tres docenas de fotos. Ahora, pasado el tiempo, los vecinos de El Portal o Las Pachecas están tan solos como lo estaban antes de las inundaciones. El problema es que han tenido que empezar de cero y que nunca más se fiaran del político que les llegue prometiendo que va a «poner en valor» sus vidas.