Tribuna

Morritos, plumeros y etiquetas caducas

CATEDRÁTICO DE DERECHO MERCANTIL DE LA UNIVERSIDAD DE CÁDIZ Actualizado: Guardar
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En los últimos años, muchos autores coinciden al señalar como error común de nuestro tiempo el seguir pensando con ideas del siglo XIX. Con ellas, queremos manejarnos entre realidades del siglo XXI. En política, por ejemplo, continuamos hablando de izquierda y de derecha, aunque ambos sean conceptos con alcance poco claro en nuestra actualidad, y así, vemos a diario gentes que se declaran de uno u otro bando, cuando, atendiendo a sus palabras y trayectorias, podrían fácilmente asignarse al contrario.

Sobre este fenómeno reflexionaba Hanna Arendt. Con la agudeza que la caracterizaba, Arendt decía que hay en el lenguaje un «pensamiento congelado», que «el pensar debe descongelar cuando quiere averiguar el sentido original». Hoy, muchos conceptos políticos, más que juicios encarnan prejuicios. Es cierto que gracias a estas simplificaciones podemos conversar sin necesidad de entrar en explicaciones detalladas que exigirían niveles de reflexión y esfuerzo dialéctico sobrehumanos, pero no es menos cierto que entendernos a base de prejuzgar las posiciones de unos y otros, sin cabal conocimiento de ellas, conduce a una reducción del pensamiento.

A su vez, el vaciamiento de las etiquetas políticas produce efectos curiosos y un considerable caos conceptual. Esta indefinición en las ideas permite comprender, por ejemplo, amores imposibles entre feministas e islamistas radicales, o que partidos tradicionalmente internacionalistas defiendan posturas cantonalistas e insolidarias que pretenden desbaratar la redistribución de la riqueza entre los diversos territorios del Estado. También explica que medidas de política fiscal se valoren por su mismo promotor, según el momento, positiva y negativamente, como sucede con la subida de impuestos, que se califica, alternativa y sucesivamente, como medida de izquierdas y de derechas. Parece que cada gobierno se fabrica su «ideología» ad hoc, válida igual para un roto que para un descosido, y dirigida sólo a justificar su acción política, cualquiera que ésta sea.

Pero quizás el síntoma más grave de este fenómeno de vacuidad del lenguaje político sea la similitud que se observa entre los programas políticos de los grandes partidos, igualados en su silencio ante los principales problemas de nuestra sociedad (las debilidades de nuestro sistema productivo, la necesidad de conseguir mayores cotas de democracia, etc.). En España ha desaparecido el debate político real sobre los problemas fundamentales de nuestra convivencia.

Esta aparente semejanza en la renuncia al debate sobre los temas de primer orden, mueve a que la contienda política se desvíe, la mayoría de las veces, hacia cuestiones tangenciales o hacia meras cuestiones lingüísticas. El caso del «matrimonio» o las «uniones» entre homosexuales, por ejemplo, es paradigmático, o más recientemente, la pugna entre «morritos» y «plumeros». En un estado de normalidad democrática, este tipo de cuestiones serían las que más fácilmente suscitarían fórmulas de acercamiento y consenso; sin embargo, aquí la estrategia que se practica es la contraria: enfrentamiento y disenso social. Y por esta oblicua vía se busca la adhesión del ciudadano a una u otra opción, más emocional que política, como si con estos asuntos, tan toscamente enarbolados, estuviera dicho «todo lo que uno tiene que saber».

La homogeneidad, en lo sustancial, del discurso político está convirtiendo a los partidos en meras máquinas publicitarias de captación de votos, y a los políticos que quieran prosperar, en vulgares demagogos. En ausencia de un auténtico debate de ideas, de visiones del hombre y la sociedad, la campaña electoral es continua y se basa en una sucesión de anécdotas, más o menos escandalosas, sobre las vicisitudes personales de los dirigentes políticos, o sobre sus deslices o meteduras de pata, o, si esto no da de sí lo suficiente, queda siempre el socorrido y tramposo recurso a la agitación de fantasmas del pasado.

¿Qué papel juegan las ideologías en nuestro presente? Según Alfred Whitehead, «el desvanecimiento de los ideales es triste prueba de la derrota del esfuerzo humano». Conviene, sin embargo, que el esfuerzo se actualice y deje de vivir de las rentas del pasado. Hoy, con frecuencia, las ideologías nos inclinan a la simplificación equívoca de una realidad que tiene más planos y aristas que la que vivieron nuestros abuelos. Cuando usamos términos como obreros, capitalistas, izquierda, derecha, etc. resulta difícil saber a qué nos referimos. La confusión de los conceptos se une a la utilización banal e interesada de palabras como democracia, pueblo, izquierda, derecha, progresista, conservador, trabajador, empresario, etc.

Urge, por tanto, una clarificación de conceptos, si pretendemos seguir usando los términos de izquierda y derecha. Y ya que no podemos prescindir de un cierto grado de prejuicios sobre lo que sea la izquierda y la derecha, al menos concretemos de qué hablamos cuando usamos estos términos. De lo contrario, seguiremos asistiendo a la ceremonia de la confusión que preside hoy la política, en la que coros con distintas voces proclaman, en un auténtico galimatías verbal e ideológico, las identidades y etiquetas más sorprendentes. Mantener la inercia de los conceptos políticos del pasado conduce a clichés caducos, falsos y además injustos; una forma interesada de disfrazar y oscurecer la verdad.

El fenómeno descrito no implica, en modo alguno, que exista una crisis de la ideología política, como reiteradamente vienen señalando algunos pensadores desde comienzos del siglo XX. La ideología política, como tal, no puede entrar en crisis, porque es algo tan humano como respirar. Lo que sí está en crisis son las viejas ideas y los esquemas tradicionales del pensamiento político, pero la ideología seguirá existiendo mientras los hombres no regresen al Paraíso del Edén. A la espera de ese momento, supongo que cuando nuestros representantes políticos dejen de estar tan ocupados en fascinantes cuestiones como los morritos de una y los plumeros de otro, se pondrán al trabajo para el que han sido elegidos, que en este momento es sacarnos del atolladero en el que estamos metidos.