Un momento de la obra en la Central Lechera. :: ANTONIO VÁZQUEZ
Sociedad

LOS LABERINTOS DE PALACIO Y SUS ESPEJOS

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Tomando como origen la obra literaria del ecuatoriano Pablo Palacio, la compañía Malayerba se adentra en las claves e imaginario de este autor de obra poco profusa pero interesante, según hemos podido constatar luego del experimento escénico de sus compatriotas. Sin tener referencia literaria alguna del citado autor, después de presenciar este montaje, se consigue despertar la curiosidad sobre su vida y obra. La dramaturgia de Arístides Vargas parece encajar muy bien con las preocupaciones del autor, pues sirven de pretexto ideal para que el grupo profundice en una de sus constantes: los distintos y variados planos y lenguajes escénicos tanto de las situaciones, como de los caracteres de sus personajes. El trabajo de Vargas, que suele estar siempre alejado de cualquier tipo de estructuración clásica, lineal o realista, se proyecta en este caso, como si estuviésemos en mitad de dos espejos enfrentados que permiten reflejar infinitas imágenes de una misma cosa. La cantidad de capas y veladuras que subyacen tanto en el texto, como en la puesta en escena, es francamente estimulante.

A través de la sencilla pero eficaz escenografía compuesta por unas cortinas super-puestas, y una iluminación también elemental, la obra es capaz de transportarnos a un mundo laberíntico dominado por la lógica del desdoblamiento. Así, dentro de Palacio (el autor), viajamos por túneles y habitaciones en donde aparecen y desaparecen personajes que viven y exteriorizan sus personales laberintos y contradicciones. El común denominador de la obra parece estar anclado en la intrínseca y oculta dualidad del ser humano, -aquella explorada por Stevenson, Unamuno, Wilde o Palahniuk-, y que se convierte en una desazón para aquel que quiere deshacerse o aceptar a su otro yo. El resultado de este nuevo viaje de Malayerba es fructífero en todos los aspectos; las interpretaciones, aunque desiguales a ratos, consiguen hacernos partícipes de la escena y sus palabras suenan con significado en todo momento. Favorable es la aportación musical de Jorge Espinosa, que sin robar protagonismo a la acción, la encamina muy bien. Posiblemente el final no es todo lo rotundo que debiera dadas las excelentes circunstancias de la puesta en escena.

La locura, la soledad, el miedo, la muerte y la memoria, son tan sólo algunos de los temas que logra salpicar al espectador este montaje envuelto además, de un lenguaje divertido e inteligente.