Prejuicios
Como toda deformación deliberada, basta con mantenerla hasta que un hecho menor le conceda argumentos
Actualizado: GuardarA Evo Morales le empezaron a llover las tortas cuando, apenas elegido presidente de Bolivia, vino a España con un atuendo multicolor y heterodoxo. Aunque sabían que aquella chompa suya era tan legítima como lo habían sido las guayaberas, las chilabas, las sotanas o las casacas militares de otros estadistas, muchos prefirieron quedarse con el lado pintoresco de la anécdota y apurarla hasta donde interesaba: hasta llegar al retrato de un indígena chovinista, palurdo, incapaz de desprenderse del pelo de la dehesa, indigno de pisar las alfombras palaciegas de la Europa civilizada. Como todas las deformaciones deliberadas, basta con mantenerlas hasta que venga otro hecho menor a sacarlas de su insuficiencia y de su absurdo y concederles argumentos. Y el hecho llegó. En un discurso lamentable pronunciado en la Conferencia de los Pueblos sobre el Cambio Climático, Morales aseguró que los pollos engordados con hormonas femeninas provocan «desviaciones sexuales» en los hombres y que la calvicie no tenía otra causa que la alimentación con productos artificiales, tan común fuera del altiplano. Eso fue en abril. Y meses después, cuando parecía que el buen nombre del presidente boliviano empezaba a recuperarse de las consecuencias de aquellas incursiones en las procelosos aguas de la ciencia, lo acabamos de ver agrediendo a un rival en un campo de fútbol. Un rodillazo concienzudo, enérgico y certero, propinado en las partes nobles de la víctima con premeditación y alevosía. Y, claro, ya lo decían ellos: una prueba más del primitivismo del líder y, de paso, de cuantos se parecen a él por sangre o por nacimiento.
El prejuicio no necesita razones porque sabe que tarde o temprano la realidad le dará motivos para envalentonarse. Los bolivianos no merecen ser metidos en el saco de la gente agresiva, como tampoco los votantes del PP merecen que se les haga pagar los platos rotos del festín verbal celebrado por el alcalde de Valladolid a cuenta de la nueva ministra de Sanidad. El primer edil castellano se ha destacado en la carrera por el título de bocazas del año y probablemente acabe obteniendo el premio, pero sus excesos caen sobre la imagen de toda esa gente de derechas sensata, cortés y civilizada que no se reconoce en sus palabras ni en sus maneras. Total, que si la patada de Evo echa combustible a la máquina xenófoba, las groserías de León de la Riva han dado pie a las críticas de quienes todavía quieren ver en toda la derecha sin excepción el cliché de un conglomerado jurásico en cuyo fondo anidan el machismo y el sexo reprimido. Tampoco la cúpula conservadora ha dado muestras de interés en marcar distancias para librar a sus simpatizantes de la vergüenza ajena y del sambenito generalizador, todo sea dicho. Ya lo dijo el sabio: lo peor de abrazar una causa es tener que aguantar a ciertos amigos de esa causa. Y el otro: cuerpo a tierra, que vienen los nuestros.