MAR ADENTRO

Y de repente el último verano

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A lo mejor era aquel chavea del aguapark, el que más bronca daba tirándose por el tobogán y esperriando el agua sobre los hijos de Carmen y los sobrinos de Grazalema, como si no se hubiera visto en otra, como si tuviese de pronto todo lo que le faltaba en el lugar de donde vino. O tal vez fuese el de los ojos atónitos, el que entró en el hiper y puso cara de estar en Disneyworld, como cuando descubrió que las paredes de la casa no eran de tela ni se paseaban las cucarachas como en los barracones de mampostería que a veces levantan allá abajo.

Pero ahora que me fijo, por las fotografías, se me da un aire al muchacho que los del quinto bé llevaron al oculista. Les dijeron que a lo mejor tendrían que operarle, y pidieron permiso para que se quedara hasta la navidad pero no hubo manera pero lo embarcaron de prisa en el último vuelo de septiembre, derramando más lágrimas que en una telenovela de las antiguas.

O quizá más bien es clavadito a Hadía. Esbelto como un puma, salía a correr algunas tardes por la playa, aunque ya había estado en Cádiz otras veces y traía un ipod con canciones de Britney Spears y de Lady Gagá. Le enseñó a Migue unas coplas raras, de una tal Marien Hassan, cuyas letras tampoco entendemos pero son distintas, yo sé que son distintas.

O tal vez fuera como aquel otro, tan calladito, tímido como un perro sin amo, que tardó tres días en decir quiero agua pero nos miraba como si fuéramos a robarle los cuatro trapos que trajo. O mira tú si acaso es como ese otro jovencito, aquel que los Gómez decidieron no volver a pedir que lo trajesen, porque asustaba a los niños hablándole de muertos, de guerras que no terminan nunca, de minas antipersonas sobre la arena de su patria y de un muro levantado sobre la hipocresía del mundo: a este paso, se dijeron, los pequeños tendrán pesadillas.

Lo mismo era el delantero centro del equipo del parque, el que besó a una niña rubia un domingo en Los Caños, el que lloraba cuando veía las melfas al viento por el Paseo Marítimo y se quedaba embebido cuando soplaba el viento del desierto sobre los baluartes. Nayen Elgarhi llegó o no llegó nunca dentro del programa 'Vacaciones en paz', junto a esos otros cientos de niños saharauis que se hacen andaluces una vez en la vida. Ahora, sin embargo, ya no podrá hacerlo jamás. Su cuerpo fue enterrado ayer con nocturnidad y alevosía por las autoridades marroquíes. Las mismas que le acribillaron, veinticuatro horas antes, al saltarse un control el vehículo en el que viajaba.

Ni siquiera pidieron permiso a su familia para enviarle a pasar una temporada en el infierno.