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LA GRAN EVASIÓN

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Los ricos han sido los primeros en globalizarse y han tomado precauciones para que cuando se pinche el globo les pille lejos. La agencia Tributaria se dispone a inspeccionar a los más de 1.500 titulares españoles de cuentas corrientes donde han depositado esos patriotas su dinero en Suiza. Unos 6.000 millones de euros en números tan redondos como sus negocios. Los acaudalados prófugos tienen la ventaja de no declarar a Hacienda.

Un privilegio que estos astutos granujas no pueden compartir con las personas decentes. Por poner un ejemplo, a la persona que tengo más cerca, que soy yo, si se le olvida declarar los 300 euros que alguien tuvo la no excesiva generosidad de pagarme por un recital en un hermoso pueblo, que no tenía más defecto que estar en la quinta puñeta y por lo tanto había que pasar las cuatro anteriores, le puede buscar un lío Hacienda. La eficacia de sus investigaciones no es comparable con la que ejerce sobre los que han depositados sus millones de euros en la filial suiza del HSBC. Está claro que no es lo mismo la banca internacional que una sucursal de Unicaja en Rincón de la Victoria.

Los detectives financieros se ocupan preferentemente de los pobres por una razón tan sencilla como difícil de comprender: son más. Las deudas pequeñas o los incumplimientos de hipotecas, incluso los retrasos en el pago de las basuras, sin inexorables.

Los morosos son localizables y como en los ayuntamientos trabaja, mejor sería decir, acude tanta gente, todas las víctimas se pueden identificar. Lo arduo es conocer los nombres de los nativos potentados que se llevaron su dinero al extranjero, en espera de que España vuelva a ser una potencia. Mucho patriota anda en libertad. Por eso, la gran evasión de capitales ha conseguido que muchos españoles no tengan dinero suelto. Hacienda intentó que regularizaran su situación, pero sus éxitos sólo se dan con los pobres.