Sociedad

Bodas de plata entre bambalinas

Los padres del FIT recuerdan el origen de un festival que sirve de laboratorio a la escena iberoamericana

CÁDIZ. Actualizado: Guardar
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El guión de Manuel, la batuta de Juan, la experiencia de Jesús, el bolso de Maribel, el optimismo del tramoyista, los pasillos de Tiempo Libre, la tapa en el Manzanilla, el viaje a Madrid, la embajadora de Trinidad y Tobago, aúpa la revolución, el llanto por Allende, 'Esperpento', las marionetas de Matanza, la señora que deja caer las bolsas de la compra ante la estampida de un caballo, el llamado 'circo alegre', un 'Carrusel'. De recuerdos, de experiencias que se llevan en una maleta y van y vienen por el Atlántico. Tiene el Festival de Teatro Iberoamericano de Cádiz 24 baúles repletos y se dispone hoy a rellenar el número 25. Llega el FIT, como lo conoce la enorme familia que lo compone, al cuarto de siglo con más de 800.000 euros de presupuesto, 32 compañías, sus nueve nacionalidades, con sus premios y el propio homenaje que merece el que alcanza, casi sin desavenencias, las bodas de plata. 19 de octubre de 2010 marca su cumpleaños. La historia empezó con una subida de telón... No, perdón, sin poesías. Tiene su origen, como los grandes asuntos, en una llamada a la puerta. Toc, toc.

«Por aquel entonces yo ostentaba el cargo de subdirector de teatro del Ministerio de Cultura», cuenta Manuel Pérez Aguilar, «y se presentaron a mi despacho dos locos, Juan Margallo y Manuel González Piñero, para presentarme un proyecto que no dudé ni un segundo en apoyar». Corría el 1986 cuando el entonces concejal, González Piñero; Jesús Cantero, director general de Música, Teatro y Cinematografía de la Junta de Andalucía, Alfonso Perales, presidente de Diputación, Enrique del Álamo, Pepe Bablé, Juan Margallo, el propio Pérez Aguilar (y alguno que otro más) apostaron por hacer de Cádiz el escenario del teatro iberoamericano. Con las miras puestas, (como hoy ocurre con el Doce) en la celebración de la Exposición Universal de Sevilla del 92, surgía un festival que bebía del espíritu del Centro Latinoamericano de Creación e Investigación Teatral (Celcit). ¿Por qué teatro? «Había que cubrir esa parcela en Cádiz. Más o menos el panorama cultural de la ciudad estaba repartido, pero no había nada de tales características. Aspirábamos a tener sitio, pese a que por entonces sufríamos hasta de falta de espacios teatrales», explica González Piñero, hoy delegado provincial de Turismo.

Con la anuencia de todas las administraciones y «por cuestión de minutos» Cádiz se quedaba con el pastel. Las partidas presupuestarias, en algunos casos con las competencias recién transferidas, fueron exiguas. «Pero creo que fue el mejor de los festivales», recuerda Juan Margallo, el primer y durante siete años director del FIT. A Margallo lo habían 'fichado' durante una representación teatral infantil en El Retiro y gracias a su experiencia y conocimiento de la escena latinoamericana. Las compañías rondaban la treintena; Cuba, Colombia, Brasil, Argentina, Uruguay y, por supuesto España, estuvieron representadas durante aquella primera edición. Todo no costó más de 50 millones de pesetas, en un tiempo en el que los hogares se compartían y las habitaciones de la residencia Tiempo Libre eran improvisadas salas de tertulia.

Para todo el año

«La ciudad se volcó y aunque ningún festival puede compensar los problemas económicos y sociales, el teatro vino a aliviarlos», subraya Pérez Aguilar. Aquel octubre del 86 se ha quedado grabado también a Jesús Cantero. «Más que una anécdota, evoco la sensación de que por entonces se respiraba teatro desde que te bajabas de la cama». «Lo que se pretendió siempre es que el festival se usase como elemento dinamizador del entorno, que generase teatro durante todo el año», recalca González Piñero.

1986, cuando Toni Carbonell creó el primer cartel y se quedó para siempre. Ese otoño en el que un caballo irrumpió en la plaza de abastos, se leyeron manifiestos de apoyo a la revolución nicaragüense y un grupo de actores chilenos lloró al ver por primera vez y tras muchos años, el derrocamiento de Allende. Ese trayecto a Madrid para acudir a la convocatoria del ministro y presentar un festival único en Europa. El «¡no hay problema!» del tramoyista, los hilos de Maribel Hernández de las Heras. «Nunca falló nada», se felicita el entonces concejal. Y la vida. La vida que es teatro.