Sociedad

ACTOR A SECAS

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Por supuesto que Manolo Alexandre tenía su singularidad interpretativa. Era ese acento madrileño y sostenido, el trémolo recitativo del teatro que le acompañó toda su larga carrera de actor de reparto, esto es, de esforzado sostén cuando la película era pésima y de discreto secundario cuando los aplausos se los llevaban otros.

Triste destino el suyo, sin duda, porque Alexandre no fue ni galán estrella para los grandes éxitos del cine español, ni actor de rotundidad dramática como su admirado y amigo Fernán Gómez. No fue nunca galán, claro, porque el físico no le acompañó. Ni tampoco actor de grandes expresionismos dramáticos, porque Alexandre era hombre bondadoso y de carácter templado.

Pero fue siempre actor, actor a secas, con su indudable talento para la vis cómica y hasta con su manifiesta versatilidad dentro de un registro concreto. Con ese bagaje pudo acompañar magistralmente a la sal fina de Berlanga o a sus posteriores distorsiones caricaturescas, al realismo crítico de Bardem, al ligero y rosa cine español de los sesenta y setenta o al posterior revisionismo de la modernidad. Más allá del Goya honorífico del 2003, el reconocimiento y la gloria solo le llegaron a Alexandre en su etapa final, cuando su longevidad hizo patente una calidad interpretativa forjada con el humilde desempeño de un oficio durante toda la vida.

Valioso ejemplo el suyo, en definitiva, para esos actores jóvenes mucho más pendientes del 'photocall', que de la esforzada humildad de un hombre que solo quiso ser actor a secas.