Quique taxista Barcelona
Actualizado: GuardarLa línea verde estaba cortada así que las opciones eran bucear por las calles o confiar en el servicio de transporte metropolitano de Barcelona. Paramos un taxi. Hasta los vehículos así son bonitos en la ciudad condal; su pintura en zonas amarillas y negras remeda a los taxis de New York city. El conductor, cincuenta años, pelo blanco, nos pregunta el destino. Al Palau Sant Jordi. «¿Vais a ver a los Lakers? No hay entradas desde hace meses». Exactamente cuatro meses, cuando seguramente yo compré las dos últimas. Cortamos la Calle Aragó como un cuchillo «Ginsu» la mantequilla «Breda» y tuvimos lo más parecido a una visita turística por la ciudad.
El taxista tenía un fuerte acento y nos hablaba en español. Le contamos la peripecia de nuestro viaje, que casi se dio al traste por circunstancias inoportunas, y el hombre alucinó cuando supo que veníamos de Cádiz para ver a Bryant y Gasol. La paleta de colores del cielo auspiciaba con su rojez lluvias en la cercanía mientras rebasábamos la casa Batlló. Espléndida. Me pareció ver una Plaza de Toros en obras. «Sí -dijo el taxista- esta es la otra plaza, no la Monumental; van a hacer ahí un gran centro comercial». Raquel le preguntó por la prohibición de la tauromaquia y el hombre respondió con humildad: «Al que no le guste, que no vaya. Nos hace daño la prohibición porque es 'tipical spanish' y afecta al turismo. En Barcelona hay mucha afición por los toros pero ha habido manifestaciones de los defensores de los animales. También de los seguidores de las corridas. En fin, el que no le guste que no vaya». Con sutileza le di la impresión que había en el Sur: que era una cuestión política. Paramos en un semáforo en rojo y, junto a mi ventana, pegado en un buzón, había un cartel de un minoritario partido de izquierda catalana llamando a una manifestación. Observé los dibujos que representaban manifestantes: okupas, lesbianas de pelo corto teñido de rubio, perroflautas. El taxista dijo: «probablemente tenéis razón. Se ha atacado a los toros porque es representativo del concepto de lo español».
Giramos a la derecha y la calle se amplió a la par que se reducía el número de vehículos -y motociclistas suicidas- que circulaban por ella. Comenzamos la subida a Montjuic y pasamos por una fortificación. «Es el pueblo español. Hay cosas típicas de cada provincia de España». La palabra quedó flotando con naturalidad en el aire. La carrera costó 8 euros y nos bajamos del vehículo con rapidez para entrar en la cola. Me puse mi camiseta de Kareem Abdul-Jabbar y Raquel la de Magic Johnson. Entramos. Allí, durante el partido, la gente hablaba catalán e insultaba español. Yo seguía sin entender nada.