TRES EXPLORADORES
Actualizado: GuardarEl mismo día en el que concedieron el Nobel a Mario Vargas Llosa, que él lo había ganado mucho antes, fueron agraciados tres químicos, un estadounidense y dos japoneses. Conste en acta mi alegría porque al fin haya sido reconocido con este supremo galardón el gran narrador de historias. Si no le felicité en mi artículo es porque me pasó lo mismo que á él: Ninguno de los dos, a la hora de escribir el artículo del día siguiente, lo sabíamos.
Todos los santos tienen octava y Vargas Llosa es santo de mi devoción desde 'La casa verde' y aún antes y mucho después. Brindo por él, como brindé in memorian por Juan Ramón y Pablo Neruda y, con la misma botella de líquido presente, con Aleixandre y con Camilo. Como no hay felicidad completa, no pude hacerlo con Miguel Delibes. No hablamos de méritos, sino de reconocimientos de méritos indudables.
Los tres premiados en el apartado de Química, que es lo que nos constituye, según me decía Severo Ochoa mientras se tomaba un 'gin-tonic' «somos física y química», han sido reconocidos por sus esfuerzos en «imitar la vida». Los tres sabios quieren que esto de vivir pase de ser un sueño calderoniano a una realidad de laboratorio. Indagan sobre los antibióticos y sobre los cristales líquidos. La vida sí que es un cristal líquido. Nos la bebemos a penas nos dan un vaso. Se trata de averiguar si eso que llamamos alma es una «ilusión cerebral», o sea, si la conciencia también depende del cuerpo, como afirma el eminente neurólogo Antonio Damasio. Fue la preocupación última de Laín Entralgo, ya que había sido la de toda su vida.
«Qué será de todo eso, dijo al morir, y tenía la mano puesta en el pecho». Los poetas siempre tienen razón. La vida no hay Dios que la entienda. Su presunto autor no tenía experiencia y así le salió todo. Dicho sea en disculpa. Mientras usted tenía la benevolencia de leer este artículo, quince niños han muerto de hambre. Que se sepa.