Opinion

Un Nobel de la Paz coherente

El premio a Liu Xiaobo lanza un claro mensaje a China sobre derechos humanos

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Se cumplió el pronóstico, muy debatido estos días en función del nivel de audacia con que actuaría el Comité Noruego, y el Premio Nobel de la Paz ha sido justamente concedido al disidente político chino Liu Xiaobo. La atribución reconoce su tenaz trabajo, siempre pacífico, en pro de la instauración de una Constitución democrática y por el respeto a los derechos del hombre en la República Popular China. Este hombre de 54 años y veterano activista desde los días inolvidables de la matanza de Tiananmen en 1989, fue el inspirador del documento conocido como 'Carta 08', una razonada petición de reforma pacífica del régimen y sus leyes constitutivas, imitando el modelo que otros valerosos opositores habían utilizado en el espacio soviético muchos años atrás. Él sabía a lo que se exponía: aunque pasaron de 300 los signatarios, el Gobierno, en vez de montar un problemático proceso a todos, le impuso el castigo a él y envió su conocido mensaje: en 2009 fue condenado a once años de prisión. La duda internacionalmente difundida sobre si el Comité noruego se atrevería a provocar al gigante chino estaba de más: el Gobierno noruego, que pagará una pequeña consecuencia bilateral de corta duración y naturaleza retórica, no manda sobre los sabios que otorgan el galardón. Y que el Dalai Lama tibetano, otro adversario pacífico del régimen, lo hubiera obtenido ya, ahorraba especulaciones. El premio está bien dado porque el perfil del galardonado se atiene a lo exigido: un combate no violento a favor de los derechos humanos. China firmó en su día el Pacto Internacional por los Derechos Civiles y Políticos de la ONU y su propia Constitución los reconoce. El célebre retoque constitucional de 2004 para incluir la protección de tales derechos suscitó esperanzas, pero no promovió una genuina apertura democrática, aunque se reconocen ciertos avances que el ala reformista y tecnocrática del Gobierno tolera y controla. El premio es un mensaje claro y formidable a China de que su condición de hiperpotencia financiera y militar no la exime de cumplir con obligaciones moralmente ineludibles. Liu Xiaobo no merece estar en la cárcel y las autoridades chinas se honrarían con su liberación.