Tribuna

La fuga de cerebros españoles

El mercado laboral de nuestro país va a precisar más y mejores especialistas, si quiere mantener un nivel de competitividad adecuado. Y no puede permitirse el lujo de perderlos para siempre o no intentar reclutarlos allí donde existan

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Andamos preocupados de nuevo con la inmigración. La discutida decisión de Sarkozy de devolver a casa a miles de gitanos rumanos ha resucitado el fantasma del rechazo a determinados extranjeros que, con la aguda crisis que sufrimos, son acusados, no siempre con razón, de competir con los trabajadores autóctonos por unos puestos de trabajo escasos.

Todas las crisis económicas tienen consecuencias importantes sobre los flujos migratorios. La primera es su desaceleración ya que al reducirse las ofertas de empleo, los propios emigrantes se autorregulan o se enfrentan a disposiciones restrictivas que limitan su atracción. Fue lo que ocurrió durante las dos grandes crisis de la segunda mitad del siglo pasado: la de 1973 que nos afectó decisivamente, al ser entonces un país de emigrantes, y la crisis asiática de 1990 que tuvo para nosotros una menor influencia. El segundo efecto es precisamente la intensificación de ese sentimiento de xenofobia vinculado ahora a condicionamientos prioritarios de tipo laboral.

Ahora bien, las crisis no afectan por igual a todas las clases de corrientes y a todos los tipos de emigrantes. Disminuyen más las entradas que los retornos, la inmigración temporal está más influida que la de larga duración, la irregular más que la legal y la menos cualificada más que la cualificada. Este es precisamente el panorama español actual que refleja una caída en el número de inmigrantes anuales, sobre todo de los irregulares, un aumento ligero de los retornos, una mengua en la vuelta a España de antiguos emigrantes y un crecimiento de las salidas de españoles al exterior, exilios estos últimos que tienen una componente especialmente preocupante.

La inmigración que hemos recibido hasta ahora ha sido en general poco cualificada. El peonaje agrario, la construcción o los servicios personales o turísticos han absorbido a la mayoría de los trabajadores extranjeros. No hemos sido destino principal para ese éxodo de profesionales cualificados que han elegido preferentemente otros caminos. El 'brain drain' (fuga de cerebros) no ha seguido la ruta de España y si hasta el momento nos hemos defendido, mal que bien, con los profesionales que producíamos, el futuro se presenta más incierto si la evolución previsible de la pirámide laboral y universitaria se confirma. Con todo, el problema más grave no son las dificultades para la venida de exterior de personas formadas, sino el éxodo de nuestros propios licenciados en busca de actividades mejor relacionadas con su formación y capacidades, bien remuneradas y más estables.

Hay más de 1,3 millones de españoles residiendo fuera de los cuales 120.000 hicieron las maletas desde que la crisis se agudizó en la primavera del 2008. Algunos de los emigrantes recientes son trabajadores de bajo o medio nivel de cualificación; otros son familiares que acompañan a los activos; pero una parte importante son profesionales procedentes sobre todo del campo de la medicina, la enfermería, la biología, las ingenierías, la arquitectura o la informática. Una parte del talento joven se va y otra manifiesta interés en hacerlo si se presentan, y las buscan, las oportunidades adecuadas. La vieja emigración española formada por aquel peonaje agrario de reducida formación y escasa cualificación, ha dado paso a estas nuevas corrientes de personas especializadas, con estudios superiores, cursos de postgrado y dominio de lenguas extranjeras. Según un estudio de Adecco los hombres que se van buscan ocupaciones adaptadas a su perfil, la autonomía profesional y la posibilidad de hacer carrera en la compañía elegida. Las mujeres pretenden ante todo un clima laboral satisfactorio y la oportunidad de conciliar vida profesional y familiar que en buena parte de Europa juzgan más fácil que en España. Y en todos existe la pretensión de perfeccionar los idiomas y el afán de adquirir experiencia .

Por esta vía del éxodo España se ha incorporado al proceso de internacionalización del talento, favorecido por la presencia exterior de muchas de las empresas del Ibex-35. Oponerse a esta tendencia es como poner puertas al campo. Además, si la fuga de cerebros es con retorno al cabo de unos años, es posible recuperar a los profesionales exiliados con mayor experiencia y madurez. De esta vuelta se beneficiarán ellos mismos, sus empresas y el conjunto del país.

Pero un éxodo excesivo de 'skilled workers' y además de sectores estratégicos, tiene el peligro de la pérdida, si la estancia es larga o definitiva, de expertos que un país como el nuestro va a necesitar en poco tiempo. En efecto, el mercado laboral español va a precisar más y mejores especialistas, si quiere mantener un nivel de competitividad adecuado. Y no puede permitirse el lujo de perderlos para siempre o no intentar reclutarlos allí donde existan. El problema es que no estamos haciendo gran cosa, ni para lo uno, ni para lo otro .También aquí se da esa lacerante situación de 'Ninis' que tiene adormecida nuestra capacidad de iniciativa. Nos faltan políticas adecuadas para 'regular' el talento, pero, con crisis y todo, alguien debería hacer algo para afrontar el problema. De no ser así acabaremos pagando las consecuencias.