Memoria de un libro
Zapatero no tiene horizonte y también está enfermo, de futuro, de poder, de expectativas
Actualizado: GuardarHay en nosotros algo que nos atrapa y que tiene difícil explicación. Hablo de los libros que se han leído y te acompañan siempre. Qué decir de los que han sido releídos, subrayados y anotados en sus márgenes hasta el punto de que uno se sonroja cuando te lo piden prestado. Nunca se sabe si el que lo abre busca más tus notas que el libro en sí mismo. El lector me disculpará porque tratándose de una obra de Marguerite Yourcenar qué va a haber en los huecos que deja la página impresa que pueda valer más que lo que ha escrito la autora. Nada, por supuesto.
La cuestión es que he vuelto a las 'Memorias de Adriano'. Mi edición es de tapa dura, de color verde, y lujosa para la época, 1983. En la primera página está la fecha en que lo adquirí, y también los dos años en que lo leí: 1984 y 2001. Me he ruborizado leyendo lo que a lápiz escribí con ingenuidad en las páginas de la hermosa edición de Alfaguara con traducción -¡Dios qué buena traducción!-, de Julio Cortázar. En la segunda había ya un lector más dispuesto a la lucha con la escritora, más preparado para resistir el combate al que te invita la capacidad, la cultura y la formación de una autora verdaderamente inexpugnable siempre que ella lo desea. Abruma pensar que lo escribió con poco más de veinte años. Adriano fue emperador entre 117-138. Culto, viajero, exquisito con la belleza y de forma especial la masculina, su vida es envidiable en la pluma de Yourcenar, que supo abordar en él las tres grandes cuestiones: el amor, la muerte y el poder.
Verán, al volver a Adriano, no me he acordado de Felipe González que lo hizo popular aquí, me he acordado de Zapatero. Pensé: ¿habrá leído este libro? ¿podría regalárselo alguien en este momento? Y digo este momento porque nunca un libro como este funcionó para un dirigente como la mejor medicina. Atrapado en el fracaso y en las expectativas futuras, Zapatero entendería mejor lo que le pasa y lo que le va pasar leyendo la vida del emperador sevillano. Adriano sabe que se muere, y ha ido a ver a Hermógenes, su médico. Y escribe: «Es difícil seguir siendo emperador ante un médico, y también es difícil guardar la calidad de hombre». El emperador no tenía salud, estaba enfermo. Zapatero no tiene horizonte y también está enfermo, de futuro, de poder, de expectativas. ¿Qué hace que no sienta lo que Adriano sentía? No lo sé. Pero enfrente tiene un médico: se llama fin de ciclo, adiós a todo eso y hasta la próxima. Pronto empezará a sentir la incomodidad de seguir siendo presidente ante ese médico preciso y odioso en que deviene el poder que desgasta. Cuando ese momento llegue le deseo que siga el consejo de Adriano, él que tuvo todo el poder y descubrió al final que no tenía nada: tratemos de entrar en la muerte con los ojos abiertos. Pues eso, presidente. Eso mismo.