El PSOE enmascara las tensiones internas tras un cierre de filas en torno a Zapatero
José Blanco, objeto de reproches en voz baja de algunos socialistas, llamó a Gómez para intentar enterrar el hacha de guerra
MADRID. Actualizado: GuardarEstaba en el guión y la dirección socialista lo cumplió a rajatabla. El día después de que el liderazgo de José Luis Rodríguez Zapatero sufriera uno de sus más sonados varapalos en diez años, el PSOE se apresuró a correr un tupido velo y a ofrecer una imagen de unidad férrea. Ni el jefe del Ejecutivo ni el principal muñidor de la fallida 'operación Trini', el vicesecretario general del PSOE, José Blanco, dieron un paso al frente para explicar lo ocurrido. Como si nada hubiera pasado; como si la victoria del secretario general del PSM, Tomás Gómez, en las primarias de Madrid no significara nada, todo se redujo a la habitual comparecencia de la secretaria de Organización, Leire Pajín, tras la reunión de la comisión permanente.
La portavoz socialista -que pese a su afinidad con Tomás Gómez optó por echarse a un lado una vez se pusieron en marcha las primarias el pasado agosto- hizo de frontón para preservar la imagen de un jefe de filas que, como ella misma reconoció, ya sufre un fuerte desgaste por su gestión de la crisis económica. Pajín alegó que sería injusto interpretar que Zapatero haya perdido nada cuando fue él quien, junto a Gómez, decidió poner en marcha el proceso de «democracia interna». «El propio secretario general del PSM ha reiterado su apoyo sin fisuras al presidente del Gobierno y su deseo de contar con todo el partido», dijo.
Lo que obvió la dirigente socialista es que lo que dio a la 'batalla de Madrid' una dimensión trascendente fue que Zapatero no era imparcial y que tomó partido, claramente, por la ministra de Sanidad, Trinidad Jiménez, a la que empujó a competir después de que Blanco lo persuadiera de que el resultado electoral en la Comunidad de Madrid iba a ser desastroso. Y obvió también que la idea inicial de Blanco, el ministro del Interior, Alfredo Pérez Rubalcaba, y el propio secretario general no era acudir a unas primarias sino imponer su alternativa. Hasta que toparon con un obstinado Tomás Gómez.
Es todo eso, sumado al hecho de que el líder del PSM canalizó -sin quererlo en un inicio, pero consciente de la fuerza que le daba después- todo el descontento interno con el aparato federal y la decepción con el propio Zapatero, lo que hace difícil creer que, una vez se disipe la densa cortina de humo desplegada ayer en la sede socialista de la calle Ferraz, todo volverá a estar en su sitio.
«Tándem ganador»
En la dirección nacional pretenden que Gómez haga ahora un esfuerzo de integración y que a la hora de elaborar las listas, el próximo enero, no margine a quienes durante los dos últimos meses fueron sus enemigos internos. Pajín dio cuerpo a esa idea al afirmar que el secretario regional y Trinidad Jiménez son «un gran tándem ganador», aunque luego matizara que tendrán que ser ellos quienes decidan en qué grado se implica la ministra de Sanidad, miembro de la ejecutiva madrileña, en la campaña. Fuentes cercanas al líder del Partido Socialista de Madrid descartan, sin embargo, dar un paso en ese sentido.
Lo paradójico es que en los días previos a la votación, cuando aún estaban persuadidos de su victoria, los impulsores de la candidatura de Jiménez hablaban de que el día después habría que forzar la dimisión de Tomás Gómez y laminar sus apoyos en la dirección nacional. Está por ver qué hace, pese a sus buenas palabras, el ya candidato del PSOE a la Comunidad de Madrid. Ayer llegó a decir en una entrevista en Telemadrid que aunque es pronto para hablar de ello está dispuesto a ofrecer un puesto en sus listas a su antigua rival. Pero es casi un brindis al sol porque en privado los suyos hacen una observación significativa: «el número dos -remarcan- lo elige el número uno», es decir, Ferraz ya no tiene nada que decir y además, dan casi por imposible que Jiménez, que ya se ha quemado mucho en una guerra que le era ajena por pura fidelidad a Zapatero, quiera ahora seguir pagando unos platos rotos que, dicen, no son suyos.
Es una muestra más de que bajo la pátina de normalidad se esconden aguas turbulentas. No son pocos los socialistas que insisten en que Blanco impulsó a Zapatero a una aventura tan inútil como «disparatada». Y muchos desearían que ahora asumiera algún tipo de responsabilidad por el daño que, dicen, ha causado al partido y a la propia Jiménez, a la que consideran chivo expiatorio, mero instrumento en manos de dos «aprendices de brujo» que serían el ministro de Fomento y el del Interior.
No parece que vaya a ser así en el corto plazo y la dimensión de la herida causada en el seno del PSOE quizá no pueda apreciarse hasta pasadas unas semanas, en la reunión del comité federal -máximo órgano del partido entre congresos- convocado para el 23 de octubre. Pero lo que preocupa a muchos socialistas es que apenas tienen ya tiempo para recomponerse tras cada nuevo revés.
Los hombres de Tomás asumen que no habrá castigo interno para nadie. Creen que en realidad siempre lucharon en desigualdad de condiciones; que si hubieran perdido lo habrían perdido todo, pero ganando se quedan casi como estaban. Por si acaso, el poderoso Blanco, que nunca ocultó su desprecio por Gómez descolgó raudo el teléfono para felicitarlo y asegurarle que ahora sí le ve hechuras de candidato.